El año pasado, fui a la fiesta donde se anunciaba el Premio Clarín de Novela 2010. Como de costumbre,hubo discursos, homenajes y un número musical. La encargada de ese número fue Soledad Villamil. Morocha y vestida de rojo, ni bien entró al escenario se apoderó de él y nos cautivó con su voz. Sin embargo, cuando llegó el último tema algo empezó a incomodarme. La canción era realmente bella, pero un malestar corporal inespecífico que de a poco se fue definiendo como un repentino dolor de estómago, subió por el medio del pecho y terminó convertido en un nudo en la garganta que no me dejó disfrutarla. Y mientras tanto en mi cabeza se repetía la siguiente frase: “Yo no quiero eso, yo no quiero eso para mí”.
Con la obsesión por la causa-efecto (o causa-síntoma) que desarrolla años de psicoanálisis, intenté precisar cuál era la frase de la canción que interpretaba Villamil que me provocaba esa emoción. Pero enseguida la presentación terminó, vinieron los aplausos, la despedida de los músicos, y el anuncio de que de inmediato se abriría el sobre con el nombre del ganador. No había escuchado el título, pero sí que era música de Alfredo Zitarrosa y letra de Idea Vilariño.
Recién cuando manejaba para llegar a mi casa, apareció otra vez la canción y el dolor de estómago, pero no la frase. Apenas un tarareo, un balbuceo que no lograba encontrar las palabras precisas que me trasmitían ese dolor. Cuando llegué me zambullí en Internet hasta que las encontré. Dicen en la web que cuando Zitarrosa leyó el poema de Vilariño se emocionó tanto que tomó una guitarra y se puso a cantarlo. Dicen que ella le pidió que lo grabara con el nombre: “La canción y el poema”. El estribillo es así:
Quisiera morir -ahora- de amor,
para que supieras
cómo y cuánto te quería,
quisiera morir,
quisiera ... de amor,
para que supieras …
Entonces al dolor de estómago y a las ganas de llorar se sumó la frase que se había repetido un rato antes: “Yo no quiero eso, yo no quiero eso para mí”. No quiero morir de amor. Y mucho menos morir de amor para que ése a quien ame, sepa. Tiene que saber mientras estoy viva, no cuando me muera. Y si no alcanza con que lo que diga y haga, si para saberlo necesita tal acto de sacrificio (morir de amor), entonces no sabrá. Quiero vivir en el amor, vivir enamorada pero no morir de amor. No quiero eso ni para mí, ni para mi hija, ni para mis amigas, ni para las hijas que algún día quizás tenga mi hija.
Y por supuesto que esta afirmación nada tiene que ver con el valor poético de una de las más grandes poetas uruguayas, sino con una advertencia, una alarma que suena ante el peligro. La educación sentimental de las mujeres, el concepto de lo femenino, del amor, de cuánto y cómo una mujer debe amar y demostrar que ama, se va configurando por los modelos sociales vigentes, los mandatos familiares y la tradición, en el mejor y en el peor sentido. Y eso nos llega por distintas vías, también a partir de los que nos presenta la televisión, el cine, la literatura.
La canción y el poema de Zitarrosa y Vilariño, me volvió a aparecer hace unos días cuando se repitieron una y otra vez, fuera de toda estadística, los casos de mujeres quemadas por sus parejas. Particularmente cuando oí decir a los especialistas que en muchos de estos casos si la mujer logra hablar mientras es llevada al hospital, en lugar de señalar al culpable, se preocupa por repetir: “Fue un accidente”. Tal como si respondiera a la consigna: “Si voy a morir, que sea de amor y demostrando cuánto y cómo amo”. O alguna consigna equivalente. En la película española del 2003 “Te doy mis ojos”, de Icíar Bollaín, Pilar (la protagonista) sufre la tremenda violencia física y psicológica de Antonio, su marido, y es justamente cuando ella decide darle una nueva oportunidad que le ofrece, desde la palabra, partes de su cuerpo, lo que le da nombre a la película. “Te doy mis pechos, te doy mi boca, te doy mis ojos”, ¿habrá algo más sacrificial que entregar al otro parte del cuerpo de uno? Suena bello, puede ser una poética metáfora, pero no ayuda a la educación sentimental si se lo toma literalmente, ni siquiera en el plano de lo inconsciente. Ese tipo de frases implica una entrega extrema, tan extrema que se lleva la vida con ella. Tal vez una reescritura más sana para la mujer sería algo del estilo: “Puedo darte mis besos, darte mis caricias y darte mi mirada, puedo besarte y mirarte y acariciarte las veces que los dos queramos, pero mis manos son mías, mi boca es mía, y mi cuerpo es mío, aunque te ame”. Claro, ni por asomo es tan poético, pero no estamos hablando de poesía sino de la construcción de un imaginario.
Roland Barthes hizo uno de los mejores aportes a la comprensión de lo que implica la “voz” del amor, sus palabras, sus frases, y sus signos, en “Fragmentos del discurso amoroso”. Para entender ese discurso recurre a Werther, el joven personaje de Goethe que se suicida por amor y produce un efecto de contagio en otros jóvenes (reales) de su época. Pero también recurre, entre otros, a Platón y su Banquete, a San Agustín, a Baudelaire, a Proust, a Nietzsche, a Freud, a Lacan, a Winnicott, al Zen. Porque a través de los discursos de todos ellos se fue configurando ese discurso amoroso que Barthes desarma en cada frase, un discurso con el que podemos sentirnos totalmente identificados porque tiene algo de inconsciente colectivo. Entonces, si digo “quiero morir de amor” o “te doy mis ojos”, tengo que tener presente que eso responde a un modelo de discurso amoroso histórico y social, y decidir si es el modelo que deseo hoy para mí.
Pero estamos hablando sólo de estar atentos al lenguaje, no de temerle. De dominarlo y de no repetir frases impuestas por otros que hoy no nos sirven. Las palabras son imprescindibles en el amor. Lo dice así Barthes: “El lenguaje es una piel: yo froto mi lenguaje contra el otro. Es como si tuviera palabras a guisa de dedos, o dedos en la punta de mis palabras. Mi lenguaje tiembla de deseo”.
Sí, probablemente el lenguaje sea uno de los mejores puntos de contacto para dos enamorados, siempre que elijamos bien y con libertad qué queremos decir.
Por: Claudia Piñeiro (Diario Clarín; Bs As; 13/02/2011)
Nota: Es una síntesis de la publicación original
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