Es
notorio como se ha incrementado en los últimos días, la violencia verbal en las
disidencias políticas; y ello es altamente preocupante. No me inquieta cuando
los herederos de la vieja oligarquía reclaman supuestos derechos sobre su
Paraíso perdido, menos aún me preocupa si la agresividad parte de los polos
sojeros, financieros, o mediáticos, ya que la descalificación del otro es el
juego que mejor juegan. No me sorprenden demasiado cuando los que emplean
clásicas frases ofensivas son los despistados de siempre. Me angustia, me
preocupa, cuando quienes pretenden apoyar las políticas del gobierno, no saben
hacerlo desde lo racional, desde lo evidente, desde lo que los hace consentir
esas medidas, este rumbo.
Uno de
los slogan más usados por parte de quienes a todo se oponen, es el que reclama
su Derecho a pensar diferente. Incomprensible reclamo a una gestión que ha
enaltecido tanto ese derecho que lo ha legislado de manera pionera ya en el
Matrimonio Igualitario, ya en el máximo respeto por la Diversidad Cultural, ni
que hablar de la Ley de Medios.
Hacia
dónde van, entonces, los reclamos. Quizás el filósofo José Pablo Feinmann dio
una pista cuando dirigió la atención sobre el rebrote de odio. Quizás lo
provoca el creciente protagonismo de quienes están aprovechando el momento
histórico latinoamericano, y están transformando desde el campo popular.
Entonces los cacerolazos, los ruidos –como
afirmara Délfor en la Revista Dislocada--, provienen de los gorilas. Y este es
el punto a considerar.
Los
gorilas están molestos por el protagonismo popular, son xenófobos en el más
amplio sentido, el de despreciar a cualquiera cuyo origen no sea el considerado
aceptable. Los gorilas no entienden, son animales útiles, especialmente para
los que desean recuperar la Casa Tomada.
La finalidad
de las presentes acciones políticas, es la creación de una sociedad solidaria e
igualitaria como parte del proceso de liberalización de América Latina. Bastaría
para cualquier cuadro político decente o rentado, recordarles a los que gustan
de hacer ruido, cuál es el lado correcto a la hora de tomar decisiones. Se podía
ser opositor a Yrigoyen pero no apoyando a Uriburu y sus picanas eléctricas,
porque no fue lo mismo Yrigoyen que
Uriburu. Se podía ser opositor a Perón pero no apoyando a la Revolución
Fusiladora, porque no fue lo mismo Perón que Rojas o Aramburu. Se debía apoyar
a Illia, no a Ongania, y aunque me molesta recordar a aquella presidente, teníamos
que sostener al sistema democrático, porque ese era el lado correcto en la
lucha.
Comprendamos
que son los aciertos lo que molesta a la derecha, no los errores. No hace falta
ser historiador para saber de qué lado se debe estar, cualquier obrero lo sabe
porque está en la realidad de la lucha de clases. Tenemos que ayudar a crear
una oposición política, no generar odio político en los opositores porque de
esa manera, hacemos el juego a la derecha; podremos hacer gala de grandes
manejos teóricos, pero nuestra práxis sería funcional a la derecha.
A los
gorilas se los educa y en todo caso, se los vigila, pero no se los agrede con
las mismas rudimentarias herramientas que ellos disponen, porque si así lo
hacemos, nos igualamos y entramos en el juego del odio, salimos de la política,
de la máxima herramienta que tanto nos costó y nos cuesta aprender a usarla.
Por eso creo que deben preguntarse aquellos reaccionarios oficialistas, a dónde
van. A dónde conduce el salirse de la política generando enfrentamiento no sólo
estériles, sino dañinos para la causa.
Si después de todas las medidas
revolucionarias que se están llevando adelante, no podemos explicar cuál es el
lado correcto, si no podemos hacer docencia, entonces tendremos que ir a guitarrear
a otro lado y dejarnos de embromar pretendiendo ser cuadros políticos.
Juan Carlos Ramirez