sábado, 19 de julio de 2008

El rol de los intelectuales


En una nota del periódico La Palabra de Ezeiza, se traía a colación que: " Con preocupación vemos que muchos de nuestros alumnos han sido despojados del espíritu curioso y dinámico, tan esencial en un estudiante." Adherimos a la preocupación y nos hacemos eco de la necesidad de una sólida base educativa.
Desde medios y funciones distintos, lo más variado de nuestra intelectualidad ha expresado su preocupación tanto por nuestras políticas educativas como por nuestro estado social. Es interesante la suma de diagnósticos incluso coincidentes en muchos aspectos a pesar de los diferentes marcos ideológicos en que fueron pensados. Pese a ello, no asoman planificaciones que nos permitan modificar nuestro presente.
Desde que el "Rodrigazo" de aquel peronismo y el posterior golpe militar de 1.976, nos pusiera en el camino donde las utopías fueron reprimidas a un costo de 30 mil desaparecidos, no encontramos la puerta de salida de esta crisis social. Desde que aceptamos que se hayan incorporados a nuestra cotidianidad un número incontable de conciudadanos despojados crecientes de toda dignidad, sin que ello frene la brutal concentración de riqueza, no podemos decir que "por algo sera" o el "yo no sabía".
No puede causarnos extrañeza que con millones de padres no ocupados desde hace varios años, los jóvenes no tengan expectativas de futuro y que se hallen vulnerables a la drogadicción, alcoholismo, delincuencia y a la depresión. Sus banderas han dejado de ser el interés por el bienestar del prójimo y sólo se dejan morir, a veces matando.
Por supuesto que existen otros jóvenes que saben que vivir es algo más que la esperanza de un plan trabajar o de un puesto con remuneraciones que les posibiliten ir tirando. Pero la sensación es que han sido sobrepasados por el "no me importa", el "no me interesa". Toda una catástrofe social de la que únicamente podemos salir juntos; y este es el punto del que todos somos responsables.
No podemos modificar la historia que nos condujo hasta aquí. Eric Hobsbawm sostiene que “no sabemos a dónde vamos, sino tan solo que la historia nos ha llevado hasta este punto”. Si bien es parcialmente cierto, no es adhiriéndonos a la teoría del caos en donde hallaremos la salida. Einsten podía esperar el futuro confiado, su creencia en que "Dios no juega a los dados con el universo" lo hacia posible; pero que hay con el resto de los mortales. No nos es posible esperar que la clase dirigente implemente por sí, ideas relativas a un cambio dado que siempre se van preocupar “más por su equilibrio que por su transformación”, como afirma Alain Touraine.
Lewis Carroll escribió en su "Alicia en el País de las maravillas": “El salón estaba lleno de puertas, pero todas se hallaban cerradas, y después que Alicia fue a un lado primero, y al otro después, forcejeando en todas, se dirigió tristemente hacia el centro, preguntándose cómo haría para salir de nuevo.” Esta es nuestra encrucijada, debemos encontrar una apertura ya. No limitarnos a pensar en por qué están cerradas, debemos pensar en cómo haremos para salir, cómo nos abrimos caminos. Y el camino se hace andando.
Quienes quieran recuperar la esperanza social deben trabajar para ello. Incluso el cristianismo sostiene aquello de que: "A Dios rezando y con el mazo dando". No somos juguetes del destino, somos actores sociales y como tal, responsables de nuestro presente. Si queremos que nuestra juventud supere la apatía y la sociedad recupere o acceda al interés por vivir, debemos ejercer nuestros derechos ciudadanos. Pero también ser responsables de la parte que nos toca y no permitir que nuestra educación siga relegada a la contención y al asistencialismo. Dejar de regalar los pescados para enseñar a pescar, y a pensar cómo lo haremos mejor. Y ese es el camino para consolidar una sólida base educativa.
Hace casi 900 años, Juan de Salisbury narraba que los contemporáneos somos "enanitos encaramados sobre los hombros de gigantes", afirmando que "veíamos más y más lejos que nuestros predecesores, no porque tuviéramos más aguda visión o mayor altura, sino porque las gigantescas proporciones de aquéllos nos elevan y sostienen." Tenía en claro que por el pasado había que tener respeto porque gracia a él teníamos la posibilidad de alcanzar un horizonte cognoscitivo más vasto. Los gigantes mencionados se encuentran constantemente a nuestra disposición, solo tenemos que acercarnos a nuestras escuelas, a las bibliotecas o museos. Nuestra preocupación es quiénes son los que se encaraman en los hombros de aquellos gigantes, qué ven, qué deben perseguir, cuál es su rol como intelectuales de nuestra sociedad en nuestro hoy.
No sé qué es lo que ven pero si tengo en claro que deberían ver. Deberían buscar las formas en que podemos perseguir una nueva utopía, deberían poner en claras palabras de qué se trata y cómo empezar a hacerlo, haciéndolo.
Debemos, cuál Prometeo, volver a robarles el fuego a los dioses para que podamos salir de nuestro estado de miedo, degradación y miseria. Los intelectuales podremos no ser políticos pero sí debemos hacer políticas. No podemos modificar la historia pero si resignificarla.
Por: Juan Carlos Ramírez

martes, 15 de julio de 2008

Sobre la Historia


El 1º de julio es el Día del Historiador, fecha elegida debido a que en ese día de 1812 el Primer Triunvirato emitió un decreto por el cual el gobierno "ha determinado se escriba la historia filosófica de nuestra feliz revolución". El trabajo de la primera historia argentina recayó en el Deán Gregorio Funes, autor del Ensayo de la Historia Civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán.
LA IMPORTANCIA DE LA HISTORIA
El hombre siempre manifestó la necesidad de contar sus experiencias, como individuo y como sujeto social. En sociedades ágrafas el relato oral, única vía para transmitir vivencias propias o escuchadas de terceras personas, necesitaba la concurrencia de público y narradores en un mismo espacio y tiempo. El narrador siempre resigna referencias verificables para dar lugar a la intriga, a la aventura, a la historia. Ningún narrador pretende emular a Funes, el memorioso, de Jorge Luís Borges, capaz de relatos tan pormenorizados como carentes de análisis. Los relatores de historias no siempre sienten la obligación de la veracidad, sólo tienen que ser verosímiles, creíbles. Aquellos contadores de La Ilíada o La Odisea, no se cuestionaban por no diferenciar lo posiblemente humano de lo fantástico; tampoco lo hacían los oyentes, destinatarios pasivos y acríticos pero siempre presentes. Con la escritura aparecieron libros de historia y los relatos dejaron de ser fugaces impresiones para dar lugar a posibilidades de reflexión, consultas meditadas, cuestionamientos. También se superó la relación tempo espacial; la historia escrita nos permitió conocer escenarios no visitados y tiempos no vividos, sin la mediación del narrador en cuerpo presente. Desde Heródoto, la historia como memoria humana pasó a ser una memoria más profunda y universal.
Tucídides superó las narraciones históricas que proponían explicaciones mágicas, cuando busco los motivos que provocaron la Guerra del Peloponeso. Explicaba a un público no presente, no necesariamente conocedor, las causas de un acontecimiento dejando de lado la intervención de los dioses para dar paso a las responsabilidades de los humanos en la construcción de su propio pasado. Con la aparición de las religiones de grandes masas, la inquietud por las causalidades humanas dejó de ser prioritaria y las causas últimas tanto como las primeras, fueron consideradas como parte de un Plan Universal. La fuente de conocimiento dejó de ser empírica o documentable y pasó La Biblia a ser fuente de Verdad única.
El desarrollo tecnológico aplicado y sostenido a partir del siglo XV, permitió la producción y circulación de conocimientos y las intencionalidades de relatos históricos se diversificaron. De este modo, la Revolución Francesa apuntó al desarrollo de ciudadanos, la valoración del Hombre y sus Derechos Universales; pero no mucho tiempo después, la política francesa se inclinó por relatos históricos que formaran patriotas, subordinando así al Hombre a las instituciones o sentimientos propios de la sociedad en donde vivía. El objeto de la Historia, la investigación y difusión de los hechos de los hombres en el pasado, siguió siendo el mismo pero no necesariamente eran las mismas conclusiones porque las motivaciones podían ser tan diferentes, como diferentes comenzaban a ser los criterios de verdad empleados. Las historias dejaron de ser universales y la Verdad dejó de escribirse en singular y perdió su omnipotencia.
DESAFÍOS
Hoy, el historiador prohijado por el Estado o por fortunas personales, comparte su podio con los surgidos de las universidades democráticas, con investigadores sin títulos profesionales, con los que recogen voces en los pueblos levantando memorias olvidadas. Los historiadores tienen hoy un campo de investigación mucho más amplio, mejores herramientas, interlocutores que cuestionan, y sus obras nos aproximan al Conocimiento desde diferentes ángulos sin pretensiones de apropiación de la Verdad absoluta. Los docentes de historia de hoy, tenemos para estudiar y que estudiar, mucho y más variado que nuestros antecesores, en la búsqueda de que nuestros alumnos se formen en la diversidad y con espíritu crítico, para que en las Memorias de la Humanidad no se excluya a través nuestro al gran protagonista: el pueblo.
Por: Juan Carlos Ramírez