En una tierra muy, muy... cercana donde no existe más ni el ferrocarril, ni autos ruidosos que marchen por la ruta 205, ni gente con zapatillas Nike ni Adidas, dos jóvenes juegan en las márgenes del arroyuelo que hoy tiene nombre de apellido. ¿O es que el arroyo Gimenez tiene el apellido en el nombre?
Durante el atardecer es incesante el paseo de animales que vienen a asomar por el arroyo: el hocico lo que tienen hocico, pico los que tiene pico o simplemente la boca los que tienen sed; porque las aguas después de mucho tiempo han vuelto a ser claras y frescas para que beban todos los seres de esta tierra conocida. Además de refrescarse el pescuezo y las patas (y los patos, obvio), las alas, las escamas, las barrigas; algunos animales se zambullen haciendo "splash, splash" como los dos jóvenes que se agitan y chapotean tirándose agua el uno al otro.
El Dios Padre Sol atardece sobre las ruinas del viejo terraplén ferroviario, haciendo caminar su luz por la carcaza abandonada de los vagones, y de un brinco llegar y brillar sobre el asfalto desgastado y quebradizo de una ruta 205 semicubierta de cortaderas y otros pastizales para desembocar en el arroyuelo convirtiéndose en una catarata anaranjada que baja del cielo y colorea todo un poco más. A esta hora lejana, casi perdida, aparecen los dos jóvenes para jugar en secreto y a escondidas, lejos de la contaminación, porque en secreto y a escondidas se están redescubriendo como en un espejo, en las aguas del arroyo que han vuelto a ser claras y limpias.
Por: OASE. La nappe. Postizos símil historias, cuentos, poesías. Misiva Nº2; 2010.