Aquella torta de mis diez tenía un Topo Gigio gigante en el medio con velitas de color rosa que lo rodeaban en un círculo no demasiado perfecto. Era toda de chocolate y a los costados, tenía confites de dos colores. Después, de grande, volví a verlo, cuando, lo encontré tirado en la piecita del fondo de la casa de mis viejos y descubrí que no era más alto que mi mano. Pero para mi ese dia era casi un Topo Gigio de verdad. Era de ese plástico de antes, con colores estándar y olor a añejo pero ante mis ojos era la maravilla más enorme. Los viejos de aquellos niños que éramos entonces conocían el trabajo como lugar cotidiano. Ese paraíso que cansa, que llena de grasa, que aseguran un salario exatamente cada treinta dias o cada quincena y que permite caminar erguidos por la vida.
La fiestita de cumpleaños representaba el placer de sentir que el mundo entero giraba en torno de uno. Romper desesperadamente el papel de los regalos, ese papel que a lo sumo, con gran modernidad podia tener cuadraditos o círculos pequeños, y descubrir un juguete o, para mi desilusión, una poco deseable colonia Polyana o la eterna ropa interior de algún pariente que olvidó su propia niñez.
El último boletín del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia, de la UCA arrojó que en el 2009 dos de cada diez niños de entre uno y cuatro años no festejó su cumpleaños. Un dato menor. Pero en el imaginario de los niños tiene el peso de las grandes cosas. De esos diez niños, durante todo 2009 hubo seis pequeños -en los territorios de la pobreza- a quienes tampoco se les leyeron cuentos ni narraron historias. Quizás sea tiempo de preguntarse cómo se construye la infancia.
Hubo seis chicos de los arrabales que jamás escucharon historias de niños. Y nadie les dijo que la vida se construye con los sueños y las palabras dulces y tiernas. De saber todo aquello que no hay que saber. Seis de cada diez crecen más allá de las fronteras de una vida con derechos de saber que existe un cuento en el que un árbol gigante les hace cosquillas en la panza a los cachorros y que se ríen hasta que duele. Un cuento en el que nadie olvida que ese día un niño cumple años. En el que todos le cantan y soplan las velitas con él y lo aplauden. Un cuento donde por un ratito nadie lo olvida. Un cuento donde es el protagonista. Un cuento que no fue escrito y que todavía, en alguna esquina cualquiera, nos está esperando.
Por Claudia Rafael. En: Periódico La 205 (8/12/2010)
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