El discurso de la imagen o el audiovisual, representa con mayor verosimilitud lo que el discurso gráfico no alcanza a expresar. Sin embargo, de acuerdo a la profesora Laura Radetich, la sinécdoque y la generalización se encuentran a mitad de camino en un juego representativo para complementarse a la hora de comprender y reconstruir el pasado. Ya decía Huizinga (1905), en una cita que levanta Peter Burke (2005), que: “Lo que tienen en común el estudio de la historia y la creación artística es una manera de formar imágenes”.
Los historiadores seguimos intentando, cual filósofos de la disciplina, pensar la historia en distintas facetas, pero no son tantos los que la piensan en distintos formatos. El trabajo de la profesora Radetich, que integra una serie de estudios publicados por la Revista Formadores, sostiene que: “Desde los graffitis hasta los libros académicos todos forman parte de la cultura de una sociedad, son representaciones de sí misma y por lo tanto dan cuenta de su pasado.” La historiografía del siglo XIX consideró a las fuentes escritas como la única forma de conocer el pasado, pero es posible tener diferentes visiones del “pasado” y de la “historia” argentina a través del cine sonoro, como lo demuestran E. Jakubowicz, y L. Radetich (2006).
El cine reune al conocimiento con la sensibilidad necesaria para llegar al mayor número posible de personas, pretendiendo narrar, representar, influir, comunicar, informar, enseñar, crear y recrear modelos de comportamiento, o transmitir a partir de las ideas del director, los problemas, angustias, sueños o necesidades de un grupo determinado de la sociedad (Román Gubern, 1998). Esto hace que una corriente de la historia contextual considere al cine como fuente y recurso de la historia, tomándolo como una escritura de la historia entre otras. Uno de los pioneros fue Marc Ferro (1995), quien dirigió la Escuela de los Anales en la década de 1970, quien vio al cine como una fuente de documentación útil para la investigación, pero también apropiado para la enseñanza de la Historia debido a su capacidad expresiva de lo cotidiano. Claro que las películas que reconstituyen el pasado hablan más de cómo era o es la sociedad que las ha realizado, de su contexto, que del hecho histórico o referente que intentan evocar (Pierre Sorlin; 1985); tal cual lo hacen los historiadores en el formato tradicional, escriben desde su interpretación, desde su presente. La pantalla revela al mundo como se le corta en la mesa de montaje, como se le comprende en una época determinada; la cámara busca lo que parece importante para todos, descuida lo que es considerado secundario; jugando sobre los ángulos, sobre la profundidad, reconstruye las jerarquías y hace captar aquello sobre lo que inmediatamente posa la mirada.” También Pierre Sorlin utiliza el concepto de recepción, readaptación o redistribución de la materia fílmica realizada por los espectadores, que es diferente según cada ideología o mentalidad; como lo hace cualquier lector de historia. Así llegamos a que Robert A. Rosenstone (1997) proponga que: «Ha llegado el momento en el que el historiador debe aceptar el Cine como un nuevo tipo de Historia, junto a la oral y a la escrita”. La enseñanza de la historia estuvo limitada a libros y manuales escolares, por su pretendida seriedad y objetividad, soslayando que la recrea o representa lo que a juicio del historiador “es” lo que ha sucedido.
Sostiene Pierre Sartori en Homo videns (1998) que hay que avanzar en la crítica historiográfica y plantearnos problemáticas pertinentes a una sociedad posliteraria, ya que “la palabra ha sido destronada por la imagen”.
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