A quienes sobrellevan su existencia carentes de condiciones materiales básicas, no los alivia el contar con el eterno reconocimiento de ser la deuda pendiente de la política. Nuestras desigualdades sociales han modificado valores, códigos éticos y desestructurado familias. Las instituciones escolares, insertas indisolublemente en la realidad social, tienen problemas para realizar eficazmente su función. La escuela hoy se adapta, no impone criterios porque la sociedad le ha restado legitimidad o porque esta pasa por otros ámbitos. Los entornos socioeconómicos actúan sobre las propuestas educativas, condicionando fuertemente a los ámbitos escolares por la pobreza y su incidencia en la salud, alimentación y atención del niño. Su comprensión nos permite acceder a las primeras explicaciones sobre las diferencias en el acceso, permanencia y resultado de los procesos de enseñanza-aprendizaje. Pero las explicaciones no deben conducirnos a proyecciones deterministas, sino a comprender el medio, el sujeto y las limitaciones propias del docente, para construir a partir de la realidad.
Es un concepto socialmente compartido sostener que la escuela tiene como función especifica, diseñar e instrumentar actividades educativas. Sin embargo, no es la única función que la sociedad le otorga a la escuela hoy. Se le exige que atienda los problemas de una alimentación inadecuada, facilite los medios para colaborar en la vestimenta de los niños, detecte problemas de salud, contenga afectivamente, mantenga a los chicos fuera de las calles el mayor tiempo posible, enseñe valores, dinamice la participación de las comunidades, capacite a sus docentes y además, enseñe procedimientos y contenidos conceptuales. Lejos esta la escuela de hoy, de limitarse a las definiciones que nos brindan los diccionarios: “Establecimiento público donde se da la primera enseñanza.”
¿Qué podremos hacer? ¿Es necesario contextualizar la enseñanza, elaborando proyectos para cada particularidad? En cuanto la relación docentes y alumnos: ¿Hay que privilegiar al grupo o al individuo? Tendremos que “aprender a discernir las oportunidades no realizadas que duermen en los repliegues del presente.” (Gorz, A.; Miserias del presente, riqueza de lo posible). Los alumnos nos hablan de lo que pasa en nuestras instituciones aunque el lenguaje adopte forma de estadística: Chicos grandes en los grados, repitencia, deserción. Es posible que muchos debates sobre las Necesidades Humanas Fundamentales, conlleven la falta de comprensión empírica del tema, reconocer que estamos tratando sobre situaciones familiares concretas.
La adolescencia de los pobres es de carácter más vulnerables que las de los demás grupos sociales. El trato social se regla de acuerdo a su mayor o menor grado de inclusión social. Sus carencias y desventajas juveniles pueden transformarse en privaciones y desventajas definitivas. Un “adolescente vulnerable es un firme candidato a ser un adulto excluido” (Kessler, G.; Adolescencia, pobreza, ciudadanía y exclusión). Debemos construir desde la escuela los espacios sociales que potencien el crecimiento social, emocional y escolar de los niños, sin dejar de contemplar las posibilidades reales de la familia. Hacer de la escuela “un ámbito que debe compensar las diferencias de origen ya que de lo contrario desiguala por los diversos puntos de partida en los que se encuentran ubicados los niños de diferentes grupos sociales” (Redondo, P. y Thisted, S.; Las escuelas primarias “en los márgenes”).
Juan Carlos Ramirez
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