miércoles, 29 de julio de 2020

Hugo Goncalvez. Periodista.


Hugo siempre quiso ser periodista. Era curioso, le gustaba aprender; fue un gran conversador, ameno y agudo. Quizás esa pasión por saber, por preguntar y repreguntar, la canalizó con sus estudios de filosofía, materia que supo enseñar en el profesorado. Quizás la práctica de la conversación la heredó de su papá, el peluquero del barrio. Pero Hugo quería ser periodista, y lo fue.
Apenas terminó sus estudios en la secundaria, en diciembre de 1970, se propuso conseguir trabajo, pero no un trabajo cualquiera. Desde sus quince años intentaba trabajar de periodista y con ese propósito se animó y le escribió a don Américo Barrios, a quien admirábamos. El reconocido periodista leyó con interés su carta y le llamó la atención resaltando que siendo Hugo “perito mercantil, dactilógrafo” y con dominio de “francés y el portugués, de ninguna manera debe resignarse a aceptar un ‘trabajito’ en cualquier lado. Usted es joven, y, como tal, dueño del futuro… en cuanto a su vocación periodística bueno es que la cultive” sin olvidar “que el sueldo del periodista no alcanza para vivir”, (4/10/1971). En una segunda carta, don Américo nota la firmeza de su vocación y le aconseja “que abrace esa profesión. Eso sí, no abandone usted, por ello, su carrera de abogado”, proponiéndole a continuación que, aunque sea ad honorem, trabaje como cronista en algún diario local. Y sin más, le dispara lo que Hugo buscará vivir: “le permitirá estar en contacto con la redacción y la calle que son los lugares donde se forjan los buenos periodistas”, (28/10/1971). En una tercera misiva se alegra de sus progresos, pero le llama la atención por no “percibir la más mínima remuneración”, en las colaboraciones periodísticas que ya hacía Hugo (17/06/1972).
El joven y audaz Goncalvez, diecinueve años, no solo se escribía con los maestros del periodismo nacional, en tiempos no muy lejanos de aquellos en que colaborábamos en una revista parroquial, quería jugar en primera, y no lo amilanaba la falta de remuneración; él quería ser periodista y lo estaba siendo. El Primer Secretario de la embajada de los Estados Unidos, John L. de Witt, se disculpó porque el embajador Sr. John Davis Lodge no podía concederle una entrevista exclusiva, pero se puso a disposición junto con el secretario Richard McCloskey, para que Hugo los entreviste (notificaciones de la Embajada de los Estados Unidos del 12/07 y del 20/10/1972). Eran épocas de la guerra de Vietnam.
El joven periodista no se amilanaba ante los personajes de nuestra historia y es por esa actitud, que Héctor Cámpora (h), le comunicó por nota del 15/05/1973, que “el Presidente electo de la República, doctor Héctor J. Cámpora, ha debido suspender todas las entrevistas”, diez días antes de asumir la Presidencia de la Nación.
Hugo quería saber, y contar. Con ese fin el Director General de Prensa de la Secretaría de Prensa y Difusión de la Presidencia de la Nación, don Cesareo González Blanco, le concedió una entrevista el 9/05/1974. Recordaba que era “un viejito muy bueno, de esos que uno los ve y parece estar más allá del bien y del mal”. Esa fue la primera vez que ingresó a la Casa Rosada y tuvo la alegría de conocer la Sala de Periodistas de la Presidencia, cincuenta y dos días antes de que el Presidente Juan D. Perón, falleciera. Meses después, cursara correos con José María Villone, Secretario de Prensa y Difusión de la Presidencia de la Nación.
Hugo no se conformó con colaboraciones únicamente y fundó el periódico “La Verdad” mientras se desarrollaba la Guerra de Malvinas. Fueron sólo tres números (el cuarto quedó en imprenta), pero la experiencia que ganó junto a su socio, el recordado Daniel Filloy, le abrió las puertas del diario La Prensa, a través de una invitación que firmó el mismo Máximo Gainza (director).
Una de las satisfacciones en su devenir periodístico epistolar, fue su contacto con Mónica Cahen D’anvers (por ese entonces era Mihanovich). La conoció en el famoso Montegrandazo, histórica revuelta vecinal contra la dictadura de turno (6/10/1970). Por ese entonces Hugo trabajaba en el diario Notas y Noticias, que dirigía el querido Julián Sánchez (luego Sánchez Parra). Hugo era periodista e inmediatamente le pidió una entrevista, la que le fue concedida por nota del 2/12/1970. Gracias a esa carta pudo concurrir varias veces al canal, a ver a Mónica.
Con Hugo, en uno de los tramos de nuestras vidas, nos habíamos reservado un día a la semana para caminar juntos y conversar sobre temas varios, siempre salpicados de desencuentros filosóficos y de picante humor. Fue un hombre de principios y también de acción, esta pequeña historia epistolar de su vida periodística es una muestra. La comunidad le debe ser el creador intelectual de la Universidad de Ezeiza. Yo le debo el honor de su amistad.

Juan Carlos Ramirez Leiva.

sábado, 4 de julio de 2020

Día del Médico Rural


Esteban Laureano Maradona nació en 1895 en Esperanza, Santa Fe, donde su padre se encontraba circunstancialmente para inaugurar el Primer Congreso Agrícola del país. Fue el noveno hijo del matrimonio de Encarnación Villalba y Waldino Maradona, sanjuanino amigo de Domingo Daustino Sarmiento que había llegado a ser senador de Santa Fe, maestro, periodista y productor rural. Era descendiente de Plácido Fernández Maradona, gobernador en varias ocasiones y ministro de Nazario Benavidez, y de José Ignacio Fernández de Maradona, jesuita y primer diputado electo por el pueblo de San Juan al ser reputado como el “mejor probidad” ante la Junta Grande (1810-1811) y responsable de que en 1811 se sancionara el decreto que extinguía el tributo que pagaban los indios a la Corona. Ambos eran hijos de los españoles Francisco Fernández de Maradona y Francisca Arias de Molina y Jofré, arribados de San Pedro de Arante en el año 1748 (Juan Manuel Cervera; Waldino B. Maradona, un civilizador de provincia).
La mamá de Esteban Maradona se llamó Petrona Encarnación Villalba Sosa y era hija de Esteban Villalba, santiagueño, estanciero. Este había trabajado a cargo del cuidado de la hacienda de la familia Ezeiza, quienes al regresar al país de su exilio, encontraron que no solo Villalba había cuidado su hacienda sino que la había duplicado. En agradecimiento, los Ezeiza le pagaron con patacones de plata, lo que le permitió comprar varias hectáreas por la zona de Barrancas y Coronda (Sta. Fe).
Cerca de allí, en Esperanza, nació Esteban Laureano Maradona Villalba, el 4 de julio de 1895. Años después, la familia se trasladó a la estancia “Los Aromitos”, en Barrancas (Sta. Fe), que su abuela había heredado sobre las costas del Río Coronda. Para cursar sus estudios secundarios, Esteban Laureano se trasladó a la capital provincial y luego a la Capital Federal para estudiar medicina en la Universidad de Buenos Aires. Supo contar que: “No me gustaba ese aire elitista y aristocrático que tenía la universidad de aquel entonces. Los estudiantes iban con galerita, y yo, como buen rebelde, aparecía por las aulas con un enorme chambergo de tipo criollo”. Entre sus maestros se encontraron Bernardo Houssay, Pedro de Elizalde, Nerio Rojas, y Gregorio Aráoz Alfaro. En el libro Doctor Maradona (Justo Lindor Olivera) consta que el original del diploma, en poder del Dr. José Ignacio Maradona, data del año 1930 (libro 5, folio 30, número 239).
Ya graduado viajó a Resistencia (Chaco, en aquel entonces capital del Territorio Nacional del Chaco), en donde instaló un consultorio y se dedicó al periodismo entre 1931 y 1932, dictó conferencias sobre diversos temas como lepra, lactancia e incluso sobre los accidentes de trabajo, lo que le granjeó enemistades por asesorar a los trabajadores sobre cómo defender sus derechos. Viajó a la Isla del Cerrito, donde la lepra hacía estragos e impulsó la construcción de un lazareto, además de estudiar su botánica.
Supo declarar: “Los capitalistas me tenían entre ojos, y como yo atacaba al gobierno militar del señor Uriburu, la policía me perseguía”.  Partió entonces rumbo a Paraguay donde comenzaba la Guerra del Chaco Boreal. Ofreció sus servicios de médico y, aunque pasó un tiempo en prisión sospechado de espionaje, pudo ejercer su profesión en el Hospital Naval de Asunción, donde fue designado director, redactó el reglamento de Sanidad Militar del Paraguay y tuvo tiempo para ocuparse de la colonia de leprosos de Itapirú.
En Asunción, se enamoró y se comprometió con la que fue la única novia que se le conoce, Aurora Ebaly, sobrina del presidente paraguayo. Esta muchacha de apenas 20 años, falleció de fiebre tifoidea el 31 de diciembre de 1934. “Lo único que me retuvo en el Paraguay fue la guerra. Tanto sufrí con su muerte que nunca más me volví a enamorar”, recordaría años más tarde.
Corría el año 1935 cuando regresaba en tren desde Paraguay. Pensaba hacer escalas en Salta, Jujuy, y Tucumán (allí vivía su hermano Juan Carlos, intendente de la capital provincial), y por último instalar un consultorio en Lobos (Buenos Aires), donde vivía su madre. Aquel 2 de noviembre su vida cambiaría en la estación formoseña “Km 234” del paraje Guaycurú, también llamado Estanislao del Campo (Territorio Nacional de Formosa, hoy Formosa).
Recordaba: “Un grupo de personas preguntaba a voz en cuello si algún pasajero se animaba a asistir a una parturienta en estado de gravedad. (…) Tomé mi maletín. Subí a un sulky. De las riendas tiraba una mujer cincuentona. (…) El parto fue difícil. La parturienta en verdad estaba grave. Se llamaba Mercedes Almirón y a mano saqué a esa criatura, una nena”. Cuando regresó a la estación a comprar un pasaje para el siguiente tren se encontró con una multitud que reclamaba sus servicios. Recordaba: “De golpe me vi rodeado por un indiaje astroso, bárbaro. Patente recuerdo algunos rostros como de animales chúcaros, ariscos, y, al mismo tiempo graves, profundamente necesitados. (…) Puedo ver esos rostros con absoluta nitidez: narices, lóbulos de las orejas mutiladas con tatuajes; manos como de cuero se me extendían suplicantes. Me arremangué, empecé a atender y me quedé con ellos…”.  
En donde todo era monte, con cuatro o cinco ranchos rodeado de indios, logró erradicar la lepra, el mal de Chagas, la tuberculosis, el cólera y la sífilis. Los indios lo llamaban Piognak —«Dr. Dios» en pilagá—. Consiguió la adjudicación de tierras fiscales en donde fundó la colonia aborigen Juan Bautisata Alberdi (1948), fundó y fue docente de una escuela rural que, recibió el nombre de José Ignacio Maradona.
La escala en aquel lugar se extendió por más de cincuenta años, donde el médico, filántropo, naturalista y escritor, vivió austeramente, sin luz, gas, ni teléfono, atendiendo a los pobladores, muchos de ellos aborígenes. En 1986, con 90 años de edad, enfermó y debió trasladarse a la ciudad de Rosario, donde vivía su sobrino. Llegó en un estado calamitoso, por lo que debió internarse en un hospital. Ya de alta, se quedó a vivir con la familia de su sobrino, de donde no se mudaría más. En sus últimos años recibiría muchos homenajes y distinciones y no aceptaría ningún tipo de pensión vitalicia. Murió de vejez el 14 de enero de 1995, a los 99 años, en Rosario. Sus restos se guardan en la ciudad de Santa Fe, en el panteón familiar.
El 27 de junio de 2001, el Congreso de la Nación sancionó la ley 25 448, instituyendo el 4 de julio como Día Nacional del Médico Rural, conmemorando el natalicio del doctor Esteban Laureano Maradona.

Juan Carlos Ramirez Leiva

viernes, 3 de julio de 2020

Día del Locutor

Comenzando la década de 1940, las radios comenzaban a diferenciarse entre ellas; así Radio Belgrano era considerada popular tanto como era aristocrática Splendid, y El Mundo se mantenía en un plano equidistante. Por seguir los intereses propios de las emisoras que los contrataban y por la competencia por la audiencia radial, los locutores no habían logrado conformar un centro que los nucleara.
Por aquel entonces, la Dirección General de Correos y Telégrafos convocaba a locutores de las mencionadas radios, para conducir el tradicional desfile militar del 9 de Julio en la zona de Palermo; corría el año 1943 y el encuentro fue en el Regimiento 1 de Infantería Patricios. Fue Jorge Omar del Río (radio El Mundo), a quien se le ocurrió la idea de unirse. Cuando esperaban que les dieran los libretos, Del Río hablo acerca de formar una entidad que agrupara a los locutores. La propuesta gustó, señaló en un reportaje Roberto Galán, y fue él quien le pidió un lugar para reunirse a Julio Korn, que tenía su editorial en la calle Corrientes 830 (CABA), donde estaba la redacción de la Revista Antena.
Fue un grupo de pioneros, veintiuno de ellos (algunos los llamaban los trasnochadores) que, tras reunirse, fundaron la Sociedad Argentina de Locutores (SAL). Contaba Roberto Galán que, desde allí, llamaron a todas las emisoras invitándolos a reunirse. En la primera noche, se presentaron locutores de todas las radios (Radio Fénix, Porteña, etc.). Fue elegido Presidente provisional el locutor de radio Splendid, Pedro del Olmo, y Roberto Galán fue elegido Secretario. La comisión se comprometió a convocar a una asamblea general y así se hizo.
La convocatoria se concretó en el teatro Regina, de calle Santa Fe. Decía Roberto Galán: “Allí se eligieron las autoridades definitivas, con Juan Carlos Thorry como Presidente y yo como Secretario. Alquilamos un local en la calle Victoria [hoy Hipólito Yrigoyen, entre Combate de los Pozos y Sarandí]. Con unos libros que aporté inauguramos una pequeña biblioteca, compramos una máquina de escribir, abrimos un Libro de Actas. Después comenzó la gran tarea de incorporar al Interior y formar las filiales”.
Cuenta la tradición que la sesión fundacional se extendió hasta las cuatro de la mañana y como la puesta en marcha oficial de la organización se llevó a cabo aquel 3 de julio de 1943, esa fecha fue elegida en 1950, para conmemorar el Día del Locutor. A todos ellos, pero en especial, a la memoria de Julián Sánchez Parra, les deseamos tengan un muy feliz Día del Locutor.

Juan Carlos Ramirez Leiva.