sábado, 26 de septiembre de 2009

Historiofotía, la historia para los homo videns

El discurso de la imagen o el audiovisual, representa con mayor verosimilitud lo que el discurso gráfico no alcanza a expresar. Sin embargo, de acuerdo a la profesora Laura Radetich, la sinécdoque y la generalización se encuentran a mitad de camino en un juego representativo para complementarse a la hora de comprender y reconstruir el pasado. Ya decía Huizinga (1905), en una cita que levanta Peter Burke (2005), que: “Lo que tienen en común el estudio de la historia y la creación artística es una manera de formar imágenes”.
Los historiadores seguimos intentando, cual filósofos de la disciplina, pensar la historia en distintas facetas, pero no son tantos los que la piensan en distintos formatos. El trabajo de la profesora Radetich, que integra una serie de estudios publicados por la Revista Formadores, sostiene que: “Desde los graffitis hasta los libros académicos todos forman parte de la cultura de una sociedad, son representaciones de sí misma y por lo tanto dan cuenta de su pasado.” La historiografía del siglo XIX consideró a las fuentes escritas como la única forma de conocer el pasado, pero es posible tener diferentes visiones del “pasado” y de la “historia” argentina a través del cine sonoro, como lo demuestran E. Jakubowicz, y L. Radetich (2006).
El cine reune al conocimiento con la sensibilidad necesaria para llegar al mayor número posible de personas, pretendiendo narrar, representar, influir, comunicar, informar, enseñar, crear y recrear modelos de comportamiento, o transmitir a partir de las ideas del director, los problemas, angustias, sueños o necesidades de un grupo determinado de la sociedad (Román Gubern, 1998). Esto hace que una corriente de la historia contextual considere al cine como fuente y recurso de la historia, tomándolo como una escritura de la historia entre otras. Uno de los pioneros fue Marc Ferro (1995), quien dirigió la Escuela de los Anales en la década de 1970, quien vio al cine como una fuente de documentación útil para la investigación, pero también apropiado para la enseñanza de la Historia debido a su capacidad expresiva de lo cotidiano. Claro que las películas que reconstituyen el pasado hablan más de cómo era o es la sociedad que las ha realizado, de su contexto, que del hecho histórico o referente que intentan evocar (Pierre Sorlin; 1985); tal cual lo hacen los historiadores en el formato tradicional, escriben desde su interpretación, desde su presente. La pantalla revela al mundo como se le corta en la mesa de montaje, como se le comprende en una época determinada; la cámara busca lo que parece importante para todos, descuida lo que es considerado secundario; jugando sobre los ángulos, sobre la profundidad, reconstruye las jerarquías y hace captar aquello sobre lo que inmediatamente posa la mirada.” También Pierre Sorlin utiliza el concepto de recepción, readaptación o redistribución de la materia fílmica realizada por los espectadores, que es diferente según cada ideología o mentalidad; como lo hace cualquier lector de historia. Así llegamos a que Robert A. Rosenstone (1997) proponga que: «Ha llegado el momento en el que el historiador debe aceptar el Cine como un nuevo tipo de Historia, junto a la oral y a la escrita”. La enseñanza de la historia estuvo limitada a libros y manuales escolares, por su pretendida seriedad y objetividad, soslayando que la recrea o representa lo que a juicio del historiador “es” lo que ha sucedido.
Sostiene Pierre Sartori en Homo videns (1998) que hay que avanzar en la crítica historiográfica y plantearnos problemáticas pertinentes a una sociedad posliteraria, ya que “la palabra ha sido destronada por la imagen”.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

La filosofía política no es un lujo

¿Para qué sirve la filosofía política? Unas veces para bien, otras para mal y otras más para nada. Veamos algunos ejemplos. El liberalismo político nació en el cerebro de John Locke. Según Karl Popper, el fascismo fue concebido por Hegel, mientras que Isaiah Berlin lo hace nacer en el cerebro de Joseph de Maistre. El filósofo y economista John Stuart Mill defendió el socialismo democrático, en tanto que su homólogo Karl Marx abogó por el socialismo dictatorial. Nietzsche, Gentile y Heidegger fueron fascistas, mientras que Engels y Antonio Labriola abogaron por el socialismo marxista. Benedetto Crocce fue liberal, pero no democrático, mientras que Norberto Bobbio osciló entre el liberalismo y el socialismo. Carl Schmitt y Leo Strauss se inspiraron en Platón, Nietzsche y Heidegger, y el primero fue militante nazi, mientras que el segundo fue profesor de algunos de los asesores más siniestros del presidente George W. Bush. Por el contrario, John Rawls combinó el liberalismo político con el socialismo estatal, mientras que Ronald Dworkin hace filosofía liberal limitada al ámbito jurídico. Pero es verdad que la mayoría de los filósofos políticos han sido inanes, por haberse limitado a comentar ideas políticas de otros.
Los filósofos políticos contemporáneos creen poder desligar las ideas políticas de una concepción del mundo. Sin embargo, toda concepción de la política presupone una concepción del mundo. Por ejemplo, si todo dependiera primordialmente de las ideas y nada de los intereses materiales, la acción política se reduciría a hablar y escribir. Si estamos sometidos a la voluntad de Dios, la oración será más eficaz que la acción. Si la naturaleza humana es invariable, las reformas sociales serán inútiles. pero si, en cambio, somos cambiantes, no debemos diseñar sociedades rígidas, por perfectas que nos parezcan ahora.
Sólo unos pocos filósofos, en particular Platón, Aristóteles, Locke, Hegel y Marx, ubicaron sus ideas políticas en amplios sistemas filosóficos. Pero algunos de esos sistemas fueron incoherentes. Por ejemplo, Marx no advirtió que el igualitarismo es incompatible con la dictadura del proletariado; casi todos los filósofos políticos fueron indiferentes a la dependencia de la mujer; y a ninguno de los héroes del liberalismo le interesó la suerte del Tercer Mundo.
La filosofía política estudia las ideologías sociales, pero no se limita a ellas. También estudia el sistema político como componente de la sociedad. En particular, estudia los intereses privados y los sentimientos morales que mantienen o alteran un orden político dado, así como los derechos y deberes del ciudadano en los distintos sistemas políticos. Pone particular interés en la justicia como equilibrio entre derechos y cargas sociales, e investiga la cuestión de si la justicia social es una meta alcanzable o un espejismo.
En definitiva, la filosofía política no es un lujo, sino una necesidad, ya que se la necesita para entender la actualidad política y, sobre todo, para pensar un futuro mejor. Pero para que preste semejante servicio la filosofía política deberá formar parte de un sistema coherente al que también pertenezcan una teoría realista del conocimiento, una ética humanista y una visión del mundo acorde con la ciencia y la técnica contemporáneas.
La soc
iedad moderna es demasiado complicada y frágil para que siga en manos de políticos ignorantes de las ciencias sociales y secuaces de filosofías políticas apolilladas.
Por: Mario Bunge (en torno a sus textos en Tratado de filosofía -8vo. Tomo-, y Filosofía Política, Gedisa, 2009; La Nación 29/06/2009).

viernes, 11 de septiembre de 2009

Una imagen, mil palabras resumidas.


































Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología del Chaco, agosto 2009.