viernes, 17 de noviembre de 2023

Una síntesis de “La conjura de los necios”, de John Kennedy Toole

Ignatius Reilly usa gorra de cazador sobre su cabeza, una especie de globo carnoso. Es un ideólogo vividor, holgazán que desprecia a todo el mundo: homosexuales, heterosexuales, protestantes, católicos y en cuestiones de trabajos es un desastre. Define a la ciudad como famosa por sus jugadores, prostitutas, exhibicionistas, anticristos, alcohólicos, sodomitas, drogadictos, fetichistas, onanistas, pornógrafos, estafadores, mujerzuelas, por la gente que tira la basura a la calle, por sus lesbianas, e impunes sobornables. Sostiene que en la Edad Media se habría gozado de orden, tranquilidad, y unicidad con Dios; luego la Humanidad, cayó. Ignatius no apoya al Papa porque no se ajusta a su idea y, en un pasaje, le recrimina a su madre el que le este “estropeando el éxtasis religioso”.
Cuenta que, en su paso por la universidad, se creó “un comité para exigir que él corrigiese, puntuase y devolviere ensayos y exámenes” y que, armaron una manifestación ante su ventana, por donde tiró sobre sus cabezas “todos aquellos papeluchos, sin corregir”, agregando que: “La universidad era demasiado mezquina para aceptar aquel acto de desafío al abismo de la academia contemporánea.” También les dijo a los estudiantes “que, en bien del futuro de la humanidad, esperaba que todos fueran estériles”
En un altercado con un policía lo llama comunista, tras lo cual su mamá se preguntaba si se debería rezar “por un comunista”. Decide solicitar ayuda por carta para que medien con la asociación de derechos civiles ante el supuesto atropello policial pero no da pruebas e incluso afirmo que se había roto las dos muñecas con lo que la destinataria, su novia (cree que Ignatius necesita sexo), le recuerda que el nunca sale de su cuarto y que la fantasía de la detención tiene rasgos paranoicos clásicos, que Freud relacionaba la paranoia con las tendencias homosexuales aunque, sabe de su rigurosa oposición a la sexualidad de todo género. Ignatius se limita a gritarle: “¡Marrana!”. Solía pedirle a la novia que se cubriera con la pollera, que saliera de su cama e incluso la vecina le escucho decir: «Cómo te atreves. Soy virgen». Su hostilidad le era atribuida a sus fracasos e impotencia, y vociferando insultos como que a esa mujerzuela “habría que empalarla con el miembro de un garañón especialmente bien dotado”
Alguien le sugirió “organizar una estructura de partido” para “salvar el mundo”, a lo que respondió: “No hay tiempo que perder. El apocalipsis está muy próximo.” Entre las frases del candidato elegido encontramos: “La mayoría de los necios no entienden mi visión del mundo”. Ignatius responde; “Bajo tu fachada ofensiva y vulgarmente afeminada”, puede haber una especie de alma. Recomienda leer a “los últimos romanos, incluido Boecio”, profundizar en la Alta Edad Media, dejar de lado el Renacimiento y la Ilustración por ser propaganda peligrosa igual que los Románticos y Victorianos. Para la actualidad le recomendó leer Batman.
El candidato solo parece preocupado por presentar disfraces, ya que los políticos siempre dan la mano a mongoloides con atavíos étnicos y nativos. Los disfraces no pueden ser femenino pues provocaría irritación entre los votantes rurales.
Ignatius dice: “Yo actuaré como una especie de mentor y guía del movimiento, pues mis conocimientos, nada desdeñables, de la historia del mundo, la economía, la religión y la estrategia política constituirán una reserva, … En mi cerebro se desarrolla un debate ardoroso entre el Pragmatismo y la Moral.”
En su mundo tan especial, recrimina a su madre el que quiera volver a formar pareja, afirmando que el pretendiente: “Después de que se cansara de ti, probablemente centraría sus atenciones depravadas en mí. Cuando pienso en mi querido padre muerto, que aún no se ha enfriado en la tumba” (murmuró Ignatius fingiendo enjugarse lágrimas). La madre le recuerda que murió hace veinte años, a lo que responde Ignatius: Veintiuno.
Ese Ignatius era un buen chico hasta que se le murió su perro. Colocó sus restos en el living con flores y fue a ver un sacerdote a quien pidió que fuese a decirle oraciones al perro en su funeral. Como el sacerdote se negó llamó a dos docenas de amigos y colocó una cruz, se puso una capa grande, como Superman, y encendió muchas velas.

Por: Juan Carlos Ramirez Leiva