
Durante el atardecer es incesante el paseo de animales que vienen a asomar por el arroyo: el hocico lo que tienen hocico, pico los que tiene pico o simplemente la boca los que tienen sed; porque las aguas después de mucho tiempo han vuelto a ser claras y frescas para que beban todos los seres de esta tierra conocida. Además de refrescarse el pescuezo y las patas (y los patos, obvio), las alas, las escamas, las barrigas; algunos animales se zambullen haciendo "splash, splash" como los dos jóvenes que se agitan y chapotean tirándose agua el uno al otro.
El Dios Padre Sol atardece sobre las ruinas del viejo terraplén ferroviario, haciendo caminar su luz por la carcaza abandonada de los vagones, y de un brinco llegar y brillar sobre el asfalto desgastado y quebradizo de una ruta 205 semicubierta de cortaderas y otros pastizales para desembocar en el arroyuelo convirtiéndose en una catarata anaranjada que baja del cielo y colorea todo un poco más. A esta hora lejana, casi perdida, aparecen los dos jóvenes para jugar en secreto y a escondidas, lejos de la contaminación, porque en secreto y a escondidas se están redescubriendo como en un espejo, en las aguas del arroyo que han vuelto a ser claras y limpias.
Por: OASE. La nappe. Postizos símil historias, cuentos, poesías. Misiva Nº2; 2010.
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