viernes, 21 de febrero de 2014

Educación y familia

A quien sobrelleva su existencia carente de condiciones materiales básicas, no lo alivia el contar con el eterno reconocimiento de ser la deuda pendiente de la política. Nuestras desigualdades sociales han modificado valores, códigos éticos y desestructurado familias. Las instituciones escolares, insertas indisolublemente en la realidad social, tienen problemas para realizar eficazmente su función.
La escuela hoy debe comenzar a imponer criterios y superar el hecho de que oportunamente la sociedad le restara legitimidad o la hiciera pasar por otros ámbitos. Podremos hacerlo si comprendemos cabalmente el medio, el sujeto y las limitaciones propias del docente, para construir a partir de la realidad.
La escuela tiene como función específica diseñar e instrumentar actividades educativas. Se entiende que ello incluye el contener afectivamente, mantener a los chicos fuera de las calles, educar en valores, dinamizar la participación de las comunidades, capacitar a sus docentes y además, enseñar contenidos, claro. No esta tan lejos la escuela de hoy, de corresponderse con las definiciones que nos brindan los diccionarios: “Establecimiento público donde se da la primera enseñanza.”
 ¿Qué podremos hacer? ¿Es necesario contextualizar la enseñanza, elaborando proyectos para cada particularidad? En cuanto la relación docente y alumnos: ¿Hay que privilegiar al grupo o al individuo? Tendremos que “aprender a discernir las oportunidades no realizadas que duermen en los repliegues del presente.” (Gorz, A.; Miserias del presente, riqueza de lo posible). Los alumnos nos hablan de lo que pasa en nuestras instituciones aunque el lenguaje adopte forma de estadística: Chicos grandes en los grados, repitencia, deserción. Es posible que muchos debates sobre las Necesidades Humanas Fundamentales, conlleven la falta de comprensión empírica del tema, reconocer que estamos tratando sobre situaciones familiares concretas.
Diseñemos estrategias inclusivas para las familias, recuperemos el que cada comienzo de clases sea esperado por la comunidad, que los padres se acompañen, nos cuenten y nos cuenten (de contar y de considerar). Elaboremos propuestas pedagógicas amplias que persigan el objetivo de integrar, formar el sentido de pertenencia a la comunidad educativa que eligió, que participen activamente. El desarrollo de la colaboración entre las familias y las escuelas para promover la mejor educación, es el tema. Cuanto más se involucran los padres, mejor les irá a nuestros estudiantes.
Escuchemos, y en el diálogo, aprenderemos probablemente a ser mejores docentes. Es nuestro trabajo en la sociedad (más allá de que también sea un empleo). Los estudiantes no salen de repollos ni son una tabula rasa en donde fijar impresiones en el horario que nos toca estar con ellos. Son integrantes de una sociedad y atravesados, por tanto, por todas sus vicisitudes, sus complejidades.
 La adolescencia de los pobres es de carácter más vulnerables que las de los demás grupos sociales. El trato social se regla de acuerdo a su mayor o menor grado de inclusión social. Sus carencias y desventajas juveniles pueden transformarse en privaciones y desventajas definitivas. Un “adolescente vulnerable es un firme candidato a ser un adulto excluido” (Kessler, G.; Adolescencia, pobreza, ciudadanía y exclusión).
Debemos construir desde la escuela los espacios sociales que potencien el crecimiento social, emocional y escolar de los niños, sin dejar de contemplar las posibilidades reales de la familia. Hacer de la escuela “un ámbito que debe compensar las diferencias de origen ya que de lo contrario desiguala por los diversos puntos de partida en los que se encuentran ubicados los niños de diferentes grupos sociales” (Redondo, P. y Thisted, S.; Las escuelas primarias “en los márgenes”).

Juan Carlos Ramirez