Es tarea de los docentes, enriquecer el bagaje cultural que los jóvenes traen desde sus casas y poner a su disposición -y a veces pese a ella-, los saberes que le permitirán desenvolverse, renovar la sociedad y construir futuros probables. Todo niño aprende construyendo conocimientos, reglas, modos de pensar y de relacionarse socialmente, y con estos saberes previos llegan a las escuelas. Los docentes, enriquecen y alientan estas aperturas, poniéndolas en conflicto para facilitarles la construcción de nuevos enfoques, posibilidades; pasar de la doxa a la epísteme, en el nivel de complejidad requerido y posible.
Para este cometido, los docentes son imprescindibles, son quienes enseñan a partir de la cultura letrada, quienes los hacen familiarizar con las obligaciones, quienes los cuidan, quienes hacen conocer y enseñan a hacer valer los derechos que les asisten, y que a veces los padres utilizan en contra de los docentes y no en favor de los niños. El docente es quien asume la responsabilidad de enseñar de modo sistémico y permanentemente.
Frente a este presente de exclusiones estructuradas, en donde más allá de los esfuerzos declamados estamos aún muy lejos de superar, los docentes sienten que poco pueden hacer en escasas horas frente al curso, que sus esfuerzos suelen ser fácilmente anulados por los contextos familiares, por los mensajes explícitos de los medios de comunicación, por la falta de compromiso con el docente de parte de directivos e inspectores, que suelen hacer gala de malas praxis producto de directivas o incapacidades. Quienes más se quejan de su mentado desamparo, son quienes menos sostienen a las organizaciones obreras para que intervengan, son los que menos participan en asambleas de docentes para proponer cambios pues ya han aceptados ser parte de los derrotados y cómplices de quienes hacen fracasar al sistema educativo que permitió que de hijos de analfabetos se pasara a nietos universitarios.
Las obligaciones de los Estados globalizados han quedados limitadas a sólo contener a los niños, en detrimento de su calidad de estudiantes. Los alumnos así entendidos, son clientes que reclaman métodos, diversiones, y un tiempo de esfuerzo limitado; toda una rémora del neocapitalismo que impuso que la educación del proletariado es sólo un consumo más. Se impusieron las etiquetas de descentralización educativa e intervenciones críticas sin acopios culturales previos por parte de los destinatarios de la educación, que abandonaba su proclamado rol de facilitar las promociones sociales, de ser un instrumento de igualdad social. Revertir una tendencia que parece conducirnos directamente a la autodestrucción, excede el marco laboral, pero no el de nuestra responsabilidad social. Si hasta ahora no nos han facilitado las herramientas, las políticas adecuadas para superar nuestra mediocre performance actual, no podemos esperar a que el Estado se decida a barajar y dar de nuevo.
Tendremos que poner en valor nuestra capacidad profesional para recuperar el gusto por enseñar, por construir a diario el futuro y a sus hacedores. Si investigamos cómo se lo plantearon ante situaciones tan complicadas como la nuestra, el Maestro Sarmiento o el Maestro F. Iglesias, para ponerlo en nuestro contexto regional, probablemente encontremos soluciones. Si hacemos memoria, seguro recuperaremos las formas, las rutinas que incidieron en nuestro destino, lo mejor que nos dejaron quienes fueron nuestros maestros.
No estaría mal que muchos docentes recuerden que se debe comenzar el día saludando con convicción, llamando la atención sobre que lo que va a suceder en ese espacio horario, va a ser importante. Poner en marcha la comunicación, el compromiso. No ignoramos que muchos tratan de pasar desapercibidos, tener el perfil más bajo posible para que los alumnos no les amarguen el día; muchos tratan de no hacer enojar a los alumnos porque les tienen miedo, porque no se han ganado el respeto de ellos.
No puedo dejar de coincidir con el profesor Jorge Fasce, cuando dice que a los alumnos hay que: "Observarlos, escucharlos, responderles, reaccionar frente a sus muestras de asentimiento o fastidio, frente a sus dudas, errores y aciertos", que estos son mensajes que indican que se los tiene en cuenta. Tan sencillo como respetar para ser respetados.
En una oportunidad, un desenfadado director me reconvino por trabajar mucho. Tenía razón, lo comprendí con el tiempo, con la experiencia. Los que deben actuar en la educación, los actores, son los alumnos. El docente debe ser el gran director de escena: el que orienta, muestra el cómo, el que informa, el que corrige; en fin, el que enseña.
Juan Carlos Ramirez
Siempre leo sus comentarios sobre educación y estoy totalmente de acuerdo con lo que usted dice. Me gustaba la escuela que ENSEÑABA literatura, historia, biología, etc.
ResponderEliminarJuan: Mirá que ví maestros!Pero siempre mi recuerdo va hacia la Srta.Susana. Una maestra que era realmente estimulante.Vivía en Congreso y llegaba todos los días a Laferrere. Cuando vino a Inspectora, le dio mi cuaderno. Yo había escrito todos los verbos reflejos con c( alejarce/alejarse)Cuando la señora me empezó a explicar , ella le dijo: yo todavía no se lo enseñé y asumió sin exponerme. La adoro.
ResponderEliminarEn acuerdo precario. Hacer responsable al docente como profesional del cambio social excede su competencia ampliamente. Pero si son responsables mínimamente de reproducir acervos, y lea bien, no me coma cruda dije MÍNIMAMENTE, es decir cómo ineludible y obligatorio. A partir de ahí construya, de construya lo que se le vuele el moño. Lamentablemente, la paupérrima formación y no hablo de instrucción, sino de formación en comportamiento social de las últimas generaciones de docentes hace que no se pueda transmitir lo que no se ha adquirido. Generación que estudio con el "rincón del vago" acredita su basta y vasta trayectoria
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