Fue Nicolás Avellaneda, quien ante las dificultades para pagar la deuda externa se negó terminantemente a decretar la moratoria internacional, lanzando aquella frase famosa: «Ahorraremos sobre el hambre y la sed de los argentinos». Impuso una dura política de contención en los gastos; rebajó en un 25% los sueldos y pensiones, atrasó el pago de los salarios de los empleados en 6 meses, dejó sin efecto la realización de obras públicas y sin pago a los acreedores internos del Estado. Pero se satisfizo puntualmente a los acreedores externos. Para el año 1876, el presupuesto fue reducido en una tercera parte: seis mil empleados públicos fueron a la calle. También se suspendió el pago de las subvenciones a las provincias con lo que la crisis repercutió en el interior. La política seguida por Avellaneda fue expresada por el ministro Bernardo de Irigoyen de esta manera: «la deuda extranjera debe servirse religiosamente, cueste lo que cueste”.
