martes, 20 de marzo de 2012

Basura radiactiva en Ezeiza sobre el acuífero Puelche

Hace un año en Fukushima temblaba Japón y se sacudía el planeta: otra vez la radiación nuclear se desplazaba desde el Pacífico y esta vez sin Enola Gay que arrojara bomba alguna. Tres reactores habían comenzado a fundirse, sus núcleos letales dejaban escapar radionucleidos cancerígenos como antes ocurriera con numerosas plantas atómicas dedicadas a la generación de energía eléctrica. Three Mile Island, de Pensilvania, la Chernobil de Ucrania, eran nombre que volvían a rodar en los medios de prensa mientras una tras otra se sucedían las explosiones de hidrógeno en las plantas colapsadas por un terremoto y tsunami posterior, en el complejo japonés de Fukushima Daiichi, en tanto la televisión globalizada transmitía en directo el cruel espanto de la impotencia humana.
Un año después, otro 11 de marzo, fue un domingo distinto en el Obelisco, en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires, como también lo fue en la localidad de Zárate, ciudad dormitorio de gran parte de los trabajadores de las plantas nucleoeléctricas Atucha I y Atucha II (esta última en construcción). Imágenes y altavoces comunicados por Internet propalaban al unísono en ambos sitios una pregunta aún con respuesta pendiente, pero que invitaba a la reflexión a cuanto transeúnte circulaba en el tórrido verano porteño: Si Japón perdió con Fukushima 13.000 kilómetros cuadrados ¿cuál sería el resultado de un incidente semejante en Buenos Aires, a cien kilómetros de las centrales nucleares de Atucha? Fukushima evacuó a 150.000 habitantes próximos a los reactores, el resto también recibió dosis radiactivas que la bibliografía reconoce como cancerígenas. Se registraron 573 muertes relacionadas con la hecatombe nuclear. Costaría 650.000 millones de dólares la limpieza del lugar pero el territorio se perderá por décadas, a tal punto que aún se considera evacuar Tokio, a 250 kilómetros de los reactores fusionados. Fukushima sigue emitiendo radiación. ¿Quo vadis Japón?
Sobre un costado de la calle Corrientes, la bandera de la UAC (Unión de Asambleas Ciudadanas) insistía contra la contaminación y el saqueo; bordeando el ícono de Buenos Aires, otras banderas y carteles se expresaban por la vida exigiendo al mismo tiempo el cierre de las centrales nucleares, debatir la matriz energética y el retiro inmediato de los residuos enterrados a metros del aeropuerto de Ezeiza y a sólo 26 kilómetros del Congreso Nacional, envenenando a los habitantes de las numerosas localidades suburbanas conforme a un peritaje ordenado oportunamente por la justicia: la totalidad del acuífero Puelche se encuentra en serio riesgo de contaminación

Por Javier Rodriguez Pardo

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