El empleo de violencia estatal, exacerbada e ilegal, puesta en ejercicio en latinoamericana en la década de los ’70, buscó aterrorizar a la mayor parte de la población. Las “guerras sucias” fueron el recurso para impedir políticas alternativas que cerraran el paso al nuevo modelo de acumulación que, a partir de entonces, comenzó a llamarse neoliberalismo.
En
nuestro país, las intervenciones militares durante la dictadura autodenominada Proceso de Reorganización Nacional,
fueron terroristas porque no buscaron solo la derrota militar de los opositores
(lo que ya había acaecido con el Operativo
Independencia), sino que pretendieron disciplinar a las organizaciones
sociales, objetivo que no lograron que fuera permanente. Como muestra
mencionaré la lucha de Saúl Ubaldini que conduciendo la Comisión de los 25,
organizó un paro nacional apenas trascurrido un año del golpe genocida y en
plena etapa de secuestro, tortura, y desaparición de personas. Uno de los que
tuvieron la suerte de ser liberados tras esas penurias fue el luego premio
Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, defensor incansable de los Derechos
Humanos; lucharon también líderes espirituales, las enormes Madres de Plaza de
Mayo, y un sector mayoritario de la sociedad que en silencio, con miedo pero
con conciencia, deconstruían el “algo habrán hecho”.
Para
muchos, impulsar la defensa y ampliación de los Derechos Humanos son sólo propuestas
vacías, para otros son solo declamaciones de forma, pero para un grupo cada vez
más numeroso y activo de docentes, es la conciencia social.
Los
docentes comprometidos en formar futuros agentes de cambio social, a través de
lo simbólico y la investigación deben llevar adelante ejercicios educativos que
desnaturalicen ciertas prácticas memorísticas. Deben ponerse en el camino de
apelar a lo simbólico para producir nuevas subjetividades, que los formen como
sujetos críticos con prácticas activas. En este punto, la ausencia de políticas
municipales en el Distrito Ezeiza en el Área de Derechos Humanos, es una
concesión de gracia a las políticas genocidas que se llevaron oportunamente a
cabo.
Debemos
mantener y ejercitar la memoria señalando lugares de detención clandestina, de
secuestros, víctimas y victimarios. Enseñar a los jóvenes creando espacios de
reflexión sobre lo que nos pasó y lo que nos pasa. Después de todo, una de las
posibilidades es que: “La historia es émula del tiempo, depósito de las
acciones, testigo del pasado, ejemplo y aviso del presente, advertencia de lo
por venir.” (Miguel de Cervantes Saavedra).
Por: Juan Carlos Ramirez Leiva.