miércoles, 10 de diciembre de 2025

Las paradojas de la historia (II)

                                         Las paradojas de la historia (II)
Lecturas de la obra Espejos, de Eduardo Galeano
 En nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad, la Revolución Francesa proclamó en 1793 la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Entonces, la militante revolucionaria Olympia de Gouges propuso la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana. La guillotina le cortó la cabeza.
  Medio siglo después, otro gobierno revolucionario, durante la Primera Comuna de París, proclamó el sufragio universal. Al mismo tiempo, negó el derecho de voto a las mujeres, por unanimidad menos uno: 899 votos en contra, uno a favor.
  La emperatriz cristiana Teodora nunca dijo ser revolucionaria, ni cosa por el estilo. Pero hace mil quinientos años el imperio bizantino fue, gracias a ella, el primer lugar del mundo donde el aborto y el divorcio fueron derechos de las mujeres.
  Victoria, la reina narcotraficante, había impuesto el opio a cañonazos. China fue convertida en una nación de drogadictos, en nombre de la libertad, la libertad de comercio.
  En nombre de la libertad, la libertad de comercio, Paraguay fue aniquilado en 1870. Al cabo de una guerra de cinco años, este país, el único país de las Américas que no debía un centavo a nadie, inauguró su deuda externa. A sus ruinas humeantes llegó, desde Londres, el primer préstamo. Fue destinado a pagar una enorme indemnización a Brasil, Argentina y Uruguay.       
  El país asesinado pagó a los países asesinos, por el trabajo que se habían tomado asesinándolo.
  La guerra es el camino que Dios ha elegido para enseñarnos geografía.
  En 1953, estalló la protesta obrera en la Alemania comunista. Los trabajadores se lanzaron a las calles y los tanques soviéticos se ocuparon de callarles la boca. Entonces Bertolt Brecht propuso: ¿No sería más fácil que el gobierno disuelva al pueblo y elija otro?
  Los Estados Unidos invadieron Vietnam, porque Vietnam había atacado dos buques de los Estados Unidos en el golfo de Tonkin. Cuando ya la guerra había destripado a una multitud de vietnamitas, el ministro de Defensa, Robert McNamara, reconoció que el ataque de Tonkin no había existido.
  Cuarenta años después, la historia se repitió en Irak.

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