lunes, 20 de agosto de 2018

Viajero del Tiempo Perdido


El acompasado sonido puso una nota curiosa en el amanecer citadino. Un sonido del pasado que se resistía a dejar de ser protagonista. Algo así como un toc, toc, toc, colándose cotidianamente en mi amanecer. No pude evitar encontrarme una mañana, esperando ansiosamente conocer a quiénes me conectaban con un Ezeiza que ya sólo perdura en los recuerdos. Mientras calentaba la “caldera” para comenzar la mañana, comencé a percibir el lento fraseo de los cascos sobre el pavimento. Cuando salí a la calle, alcance a ver como se alejaba al encuentro de quién sabe que horizontes. Me lo imaginé de andar lento pero seguro, de avanzada edad y memorias listas para ser narradas. Recordé algunos gauchos, “de lo de veras”, en aquellas épocas de polvorientas calles, de vacas rumiando en jardines y de almacenes con palenque al frente. La niebla matutina iba envolviendo lentamente al jinete. La escena era casi fantasmal y un repentino me estremeció. No pude ni intente evitar pensar en que, probablemente, fuese un viajero extraviado; o quizás san sólo, quizás, estuviera cabalgando “en busca del tiempo perdido”. Esperé su regreso en una tarde cualquiera. Cuando pare a aquel jinete, a quien sólo conocía por el andar de su caballo, sentí que la realidad descolocaba mi historia. De ese encuentro con Oscar Ramos, quien no era viejo ni tampoco estaba perdido, nació esta charla:
Disfruto de montar. Otros andan en bicicleta, yo prefiero andar a caballo pero no siempre lo usé como medio de transporte. Antes era empleado de una telefónica pero luego, por lo que nos paso en los últimos años, me despidieron.
Mi jornada comienza a las cinco de la mañana en punto, todos los días. Ensillar no es complicado, cuando uno está acostumbrado apenas le lleva quince o veinte minutos. Antes de ensillar hay que sacarle la manta, cepillarlo, abrirle la cama para que se oree porque el animal allí orina. La cama se hace con viruta y hay que mantenerla limpia todos los días porque el animal allí bostea toda la noche. Luego le doy de comer a unas pocas gallinas que tengo, mateo un rato y salgo, al paso, tranquilo. Para todo esto tardo una hora, más o menos.
Para recorrer los seis kilómetros que media tengo unos treinta o cuarenta minutos de marcha; depende del camino y de los perros que nos salgan al cruce. Tenga en cuenta que al tranco es habitual que se recorran entre seis o siete kilómetros por hora. Podría hacerlo en mucho menos pero no es lo mismo que el caballo galopee sobre la tierra que en el asfalto. Además sobre la tierra hay muchas piedras. A todo esto hay que tener en cuenta los perros porque mi caballo es demasiado manso y no se sabe defender, no tira patadas y se limita a dar vueltas para un lado y para el otro. Se asusta, es muy mando pero tiene su genio, su carácter. Solo es quisquilloso con los perros porque no lo asustan los coches, puede que c de algún bulto pero eso es natural. Lo ando todos los días porque yo disfruto de andar a caballo, mi intención no es cansarlo y no lo uso para llegar rápido, para eso voy en coche. Los únicos días en que no voy montado es cuando llueve, porque no me gusta arruinar las pilchas Hace diez años que lo tengo, es un “rosillo pampa”;  antes sólo podía andar los domingos pero ahora tengo la oportunidad de salir con él, todos los días, y uno va juntando reuerdos. Él sabe que cuando regresamos, paramos en cualquier lugar donde hay un buen verde y allí se queda -nos quedamos-, un buen rato. Estando ya en casa, vuelvo a cepillarlo y le baño el lomo, tanto en verano como en invierno, para que no se le pegue el sudor y con la costra que se le forma pueda lastimarse; después lo alimento. En un terreno tengo construido un box, que es el lugar donde duerme a cubierto el animal, tapado con una manta.
Algunos piensan que uno es solitario y puede ser que sea así. Pero el que va en un coche y enciende la radio, escucha radio. Si uno va con su caballo, le presta su atención y aprende a reconocer cuando esta inquieto o cuando esta enojado.
La nota llegó a su fin. Sentí que su pausado hablar, sus tiempos diferentes, su sentir y hacer tradicionalista, no chocaba con nuestra furia cotidiana. La acompañaba como “apadrinándola”, recordándonos que siempre tendremos a mano otras formas de vida. Monto a Diablo y se fue internando en la noche; mientras su figura se desdibujaba pensé en las palabras con que se despidió: “Cuando se puede, es bueno andar sin apuros.”

Por: Juan Carlos Ramirez Leiva

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