El
acompasado sonido puso una nota curiosa en el amanecer citadino. Un sonido del
pasado que se resistía a dejar de ser protagonista. Algo así como un toc, toc,
toc, colándose cotidianamente en mi amanecer. No pude evitar encontrarme una
mañana, esperando ansiosamente conocer a quiénes me conectaban con un Ezeiza
que ya sólo perdura en los recuerdos. Mientras calentaba la “caldera” para
comenzar la mañana, comencé a percibir el lento fraseo de los cascos sobre el
pavimento. Cuando salí a la calle, alcance a ver como se alejaba al encuentro
de quién sabe que horizontes. Me lo imaginé de andar lento pero seguro, de
avanzada edad y memorias listas para ser narradas. Recordé algunos gauchos, “de
lo de veras”, en aquellas épocas de polvorientas calles, de vacas rumiando en
jardines y de almacenes con palenque al frente. La niebla matutina iba
envolviendo lentamente al jinete. La escena era casi fantasmal y un repentino
me estremeció. No pude ni intente evitar pensar en que, probablemente, fuese un
viajero extraviado; o quizás san sólo, quizás, estuviera cabalgando “en busca
del tiempo perdido”. Esperé su regreso en una tarde cualquiera. Cuando pare a
aquel jinete, a quien sólo conocía por el andar de su caballo, sentí que la
realidad descolocaba mi historia. De ese encuentro con Oscar Ramos, quien no
era viejo ni tampoco estaba perdido, nació esta charla:
Disfruto de montar. Otros andan en
bicicleta, yo prefiero andar a caballo pero no siempre lo usé como medio de
transporte. Antes era empleado de una telefónica pero luego, por lo que nos
paso en los últimos años, me despidieron.
Mi jornada comienza a las cinco de la
mañana en punto, todos los días. Ensillar no es complicado, cuando uno está
acostumbrado apenas le lleva quince o veinte minutos. Antes de ensillar hay que
sacarle la manta, cepillarlo, abrirle la cama para que se oree porque el animal
allí orina. La cama se hace con viruta y hay que mantenerla limpia todos los
días porque el animal allí bostea toda la noche. Luego le doy de comer a unas
pocas gallinas que tengo, mateo un rato y salgo, al paso, tranquilo. Para todo
esto tardo una hora, más o menos.
Para recorrer los seis kilómetros que
media tengo unos treinta o cuarenta minutos de marcha; depende del camino y de
los perros que nos salgan al cruce. Tenga en cuenta que al tranco es habitual
que se recorran entre seis o siete kilómetros por hora. Podría hacerlo en mucho
menos pero no es lo mismo que el caballo galopee sobre la tierra que en el asfalto.
Además sobre la tierra hay muchas piedras. A todo esto hay que tener en cuenta
los perros porque mi caballo es demasiado manso y no se sabe defender, no tira
patadas y se limita a dar vueltas para un lado y para el otro. Se asusta, es
muy mando pero tiene su genio, su carácter. Solo es quisquilloso con los perros
porque no lo asustan los coches, puede que c de algún bulto pero eso es
natural. Lo ando todos los días porque yo disfruto de andar a caballo, mi
intención no es cansarlo y no lo uso para llegar rápido, para eso voy en coche.
Los únicos días en que no voy montado es cuando llueve, porque no me gusta
arruinar las pilchas Hace diez años que lo tengo, es un “rosillo pampa”; antes sólo podía andar los domingos pero ahora
tengo la oportunidad de salir con él, todos los días, y uno va juntando
reuerdos. Él sabe que cuando regresamos, paramos en cualquier lugar donde hay
un buen verde y allí se queda -nos quedamos-, un buen rato. Estando ya en casa,
vuelvo a cepillarlo y le baño el lomo, tanto en verano como en invierno, para
que no se le pegue el sudor y con la costra que se le forma pueda lastimarse;
después lo alimento. En un terreno tengo construido un box, que es el lugar donde
duerme a cubierto el animal, tapado con una manta.
Algunos piensan que uno es solitario y
puede ser que sea así. Pero el que va en un coche y enciende la radio, escucha
radio. Si uno va con su caballo, le presta su atención y aprende a reconocer
cuando esta inquieto o cuando esta enojado.
La
nota llegó a su fin. Sentí que su pausado hablar, sus tiempos diferentes, su
sentir y hacer tradicionalista, no chocaba con nuestra furia cotidiana. La
acompañaba como “apadrinándola”, recordándonos que siempre tendremos a mano
otras formas de vida. Monto a Diablo y se fue internando en la noche; mientras
su figura se desdibujaba pensé en las palabras con que se despidió: “Cuando se
puede, es bueno andar sin apuros.”
Por: Juan
Carlos Ramirez Leiva
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