miércoles, 7 de septiembre de 2016

Desigualdades

Desde que el Neoliberalismo hizo su entrada triunfal en la historia, tras la simbólica caída del Muro de Berlín, las desigualdades sociales han ido en aumento de la mano de los políticos empleados por quiénes son los “dueños” del Libre Mercado.
Las épicas luchas sostenidas por nuestros despojados pueblos apoyando a lúcidos dirigentes de la talla de Lula, Chávez, Correa, Evo, y la dupla Néstor/Cristina, frenaron los primeros avances depredadores de quienes autodenominándose Capitalistas, destruían la base del sistema consumista: el poder adquisitivo de los pequeños burgueses y del proletariado. El éxito de la intervención política en la economía Argentina fue de tal magnitud, que se manifestó incluso en indicadores propios de la clase media: el aumento de los vuelos en avión. Sin embargo, algunos no soportaron que la distribución de riqueza alcanzara a las capas más desfavorecidas y se pegaron un tiro en… los pies.
El acceso al poder por vía democrática, de los grupos económicos que otrora llegaran solo a través de los ejércitos de ocupación nacional, legitimó los cambios estructurales que se están llevando a cabo. Los medios masivos de comunicación asociados hacen contínua apología de la desigualdad como base del crecimiento, con burdas manifestaciones como que eran falsas las ilusiones de prosperidad social, lo que el Premio Nobel de Economía Stiglitz llamó «subversión de la democracia».
Sostiene Stiglitz que la globalización tal como está siendo actualmente administrada no facilita el progreso ni de la eficacia, ni la justicia, sino que pone en peligro a la democracia. Las políticas monetarias se han centrado en reducir las tasas de inflación como única meta, escondiendo tras ese falso objetivo la concepción económica de que lo que es bueno para los responsables de las grandes empresas, debe ser aceptado mansamente por el resto de la población, que sufre sus decisiones.
No cabe duda que las desigualdades son causa de inestabilidad: la baja de los salarios en términos reales produce inmediatamente un descenso del nivel de vida, calidad de la salud, de la educación, de la vivienda. El deterioro general de las relaciones sociales provoca reacciones adversas ante la certeza de saber que si en el banquete de la vida uno se queda con hambre, es porque algunos pocos comen demasiado (como publica el vecino historiador Víctor García Costa). Será entonces válido que «para preservar la democracia, es necesario moderar la globalización», o más claro aún: se debe frenar el Neoliberalismo.

Por Juan Carlos Ramirez Leiva.

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