Desde que
el Neoliberalismo hizo su entrada triunfal en la historia, tras la simbólica
caída del Muro de Berlín, las desigualdades sociales han ido en aumento de la
mano de los políticos empleados por quiénes son los “dueños” del Libre Mercado.
Las
épicas luchas sostenidas por nuestros despojados pueblos apoyando a lúcidos
dirigentes de la talla de Lula, Chávez, Correa, Evo, y la dupla
Néstor/Cristina, frenaron los primeros avances depredadores de quienes
autodenominándose Capitalistas, destruían la base del sistema consumista: el
poder adquisitivo de los pequeños burgueses y del proletariado. El éxito de la
intervención política en la economía Argentina fue de tal magnitud, que se
manifestó incluso en indicadores propios de la clase media: el aumento de los
vuelos en avión. Sin embargo, algunos no soportaron que la distribución de
riqueza alcanzara a las capas más desfavorecidas y se pegaron un tiro en… los
pies.
El acceso
al poder por vía democrática, de los grupos económicos que otrora llegaran solo
a través de los ejércitos de ocupación nacional, legitimó los cambios
estructurales que se están llevando a cabo. Los medios masivos de comunicación
asociados hacen contínua apología de la desigualdad como base del crecimiento,
con burdas manifestaciones como que eran falsas las ilusiones de prosperidad
social, lo que el Premio Nobel de Economía Stiglitz llamó «subversión de la
democracia».
Sostiene
Stiglitz que la globalización tal como está siendo actualmente administrada no
facilita el progreso ni de la eficacia, ni la justicia, sino que pone en
peligro a la democracia. Las políticas monetarias se han centrado en reducir
las tasas de inflación como única meta, escondiendo tras ese falso objetivo la
concepción económica de que lo que es bueno para los responsables de las
grandes empresas, debe ser aceptado mansamente por el resto de la población,
que sufre sus decisiones.
No cabe
duda que las desigualdades son causa de inestabilidad: la baja de los salarios
en términos reales produce inmediatamente un descenso del nivel de vida, calidad
de la salud, de la educación, de la vivienda. El deterioro general de las
relaciones sociales provoca reacciones adversas ante la certeza de saber que si
en el banquete de la vida uno se queda con hambre, es porque algunos pocos
comen demasiado (como publica el vecino historiador Víctor García Costa). Será
entonces válido que «para preservar la democracia, es necesario moderar la
globalización», o más claro aún: se debe frenar el Neoliberalismo.
Por Juan
Carlos Ramirez Leiva.
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