No existe educación humanista y pluralista que pueda renunciar a transmitir sobre el sentido y el método de la valoración moral de comportamiento. Los educadores no son meros instructores como pretendió el reciente neoliberalismo, participan en la construcción de personalidades, de aptitudes, con la exposición de su propio cuerpo y conducta. No sólo indican “hacia dónde” debemos ir como sociedad sino que enseñan los “valores guía” porque son indubitablemente, modelos de identificación temprana.
Enseñar es un hacer cotidiano y en toda cotidianidad se incluye lo público y/o privado. Todos nos manejamos con un cierto equipo incorporado de valores que nos ayudan a resolver las prácticas cotidianas. Los docentes sabemos que los alumnos no nos exigen, demasiados padres están ausentes, podemos señalar que no aprenden debido a las malas bases que le dieron en la secundaria, primaria o jardín de infantes y no forzaríamos demasiado la realidad escudándonos en las circunstancias disculpadoras de Ortega y Gasset, pero ¿Sería ético nuestro proceder?
Ética y Educación
Entendemos por ética al empeño que cada uno de nosotros ponemos para darle sentido a nuestra libertad, con toda la carga que le imponía Jean Paúl Sartre y considerando que ninguna persona éticamente consciente se pasa la vida exigiendo a los demás lo que él no cumple. No escapa a la relación entre la libertad y la responsabilidad, y es nuestra responsabilidad “preparar” las clases atendiendo la diversidad, hacer cumplir los acuerdos a la totalidad aunque ello nos torne en impopular. Exigir a los alumnos que se adapten a las normas de convivencia social, esto es: enseñar conductas de adaptación, exige docentes que respeten el horario escolar, trato respetuoso, conocimiento y cumplimiento de normas. Si queremos radicar la pretendida falta de responsabilidad de nuestros jóvenes debemos considerar en qué alteramos el Contrato Educativo. Es imposible acordar si no le otorgamos “valor” a las palabras, a los compromisos asumidos. Después de todo, ética es el arte de orientar la acción (no de desentenderse de ella), sosteniendo acuerdos institucionales, cumpliendo con nuestro trabajo, exigiendo nuestros derechos.
Convicción y Educación
Sostiene el filósofo F. Savater que ética es la preocupación por hacer el bien, no por quedar bien. Hay que aceptar que nos tilden de malos si nuestras convicciones (del latín vencer) chocan con entornos no favorables. Debemos acudir a nuestras convicciones porque ellas nos permiten resistir la presión, porque instalan límites no negociables. Si estamos convencidos de nuestro rol docente, la educación transformará al mundo y los alumnos incorporaran valores que beneficiaran al conjunto social.
No deberíamos olvidarnos de la norma de I. Kant: “Debemos obrar de modo tal que podamos querer que la máxima de nuestra acción se convierta en ley universal”.
Juan Carlos Ramírez
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