Carlos Román Renoldi editó el libro El loco. Poesías, canciones y herejías, una suerte de autobiografía poética mediante la cual desgrana verso a verso su historia personal y su visión sobre la vida. Ya en la introducción, el poeta advierte: “Aquí está mi vida, mi pequeña y gran vida. Están mis alegrías, mis broncas, mis pasiones, mis dolores y mi Dios”. En esas primeras páginas expone también cuál es la esperanza que abraza la publicación: “La zamba me hizo entender que uno no muere en la víspera, sino cuando lo olvidan, y como estoy muy convencido de algunas cosas, quisiera que mi pensamiento sirva, aunque más no sea, para una polémica en una charla de amigos, porque creo que hay que polemizar más y mirar menos televisión”.
Nacido el 18 de mayo de 1957 en Ezeiza, Carlos Román Renoldi cursó sus primeros estudios en Gualeguay (Entre Ríos) y regresó a su ciudad natal a los 9 años, donde se recibió de técnico mecánico y realizó una carrera artística que incluye la música, la escultura y la pintura. Para esta primera incursión en las letras, buceó en su pasado y decidió incorporar una poesía de su padre, Reducindo Ramón Renoldi (1931-2008), titulada “Pensamiento”, con un pie que dice: “Si hay memoria genética de escritor en mí, ésta es la prueba…”.A continuación, el autor brinda pantallazos de su vida (con poesías que van desde la década del ’70 hasta el presente, pero sin orden cronológico) y habla de la compañera de vida, “La Corta”; de su hijo Federico (“Y entre nubes vaporosas / sos el aire que me envuelve”, dice por ejemplo en “Tus ojos”); del Ezeiza de ayer con poemas como “Guillermina” (“Me acuerdo de Guillermina / cuando raleaban las casas”); de la ciudad de Gualeguay, de sus padres, de sus amigos y de sus vecinos. Retrata a personajes diversos como el Perro Flaco, el mozo del Kibón, el vagabundo Aristóbulo y la poeta Elsika; y no se priva de hablar de política y religión diciendo desde el arranque herejías de este tipo: “Dios está en mi corazón / las religiones / en el pozo negro de mi casa”.
El poemario se inicia con “Tristes mascaritas” (1995) donde declara: “No sabes cómo quisiera / que seamos seres libres / para no tener que escondernos / detrás de sucias mentiras”. Y cierra con “Nada más” (2009): “Cuando yo me vaya / no me vengan con tonterías / despídanme, mis amigos, / con eléctricas guitarras / y el tronar de sus motores (…). Cuando yo me vaya, / no se ocupen de mis cenizas / dejen nomás que el viento / las lleve adonde quiera; / es ceniza, nada más”. Esta miscelánea poética incluye además letras de canciones, producto de su otra vocación artística que lo ha llevado a transitar escenarios con la ya mítica banda de rock “Obreros del sur” y como solista, abordando distintos géneros, entre ellos el folklore y el tango. Entre esas canciones está “El loco” (1984) que dice justamente: “Hola, amigos, / ¿se acuerdan de mí? / Yo soy el loco que zapaba / por varias horas / y se copaba / y transpiraba. / Yo soy el loco que cantaba / aquellas canciones fabulosas / cuando no había otra cosa”.
Si bien las vivencias están retratadas apelando a la síntesis poética y no a la narrativa, la obra de Renoldi (en una cuidada edición) no se queda en aspectos superficiales y pone de manifiesto sentimientos, inquietudes y vivencias íntimas. Lejos de una fría visión documental, refleja dimensiones no cuantificables del hombre inmerso en el devenir de los días, alcanzando un genuino tono poético en muchos pasajes, donde se aprecia el valor de las nuevas locuras de Renoldi que, esta vez, vienen en formato libro.
Por J. M. Marcos. Publicado en: La Palabra de Ezeiza, página 6, jueves 11 de junio de 2009.
viernes, 26 de junio de 2009
sábado, 13 de junio de 2009
Buenos docentes
Es tarea de los docentes, enriquecer el bagaje cultural que los jóvenes traen desde sus casas y poner a su disposición -y a veces pese a ella-, los saberes que le permitirán desenvolverse, renovar la sociedad y construir futuros probables. Todo niño aprende construyendo conocimientos, reglas, modos de pensar y de relacionarse socialmente, y con estos saberes previos llegan a las escuelas. Los docentes, enriquecen y alientan estas aperturas, poniéndolas en conflicto para facilitarles la construcción de nuevos enfoques, posibilidades; pasar de la doxa a la epísteme, en el nivel de complejidad requerido y posible.
Para este cometido, los docentes son imprescindibles, son quienes enseñan a partir de la cultura letrada, quienes los hacen familiarizar con las obligaciones, quienes los cuidan, quienes hacen conocer y enseñan a hacer valer los derechos que les asisten, y que a veces los padres utilizan en contra de los docentes y no en favor de los niños. El docente es quien asume la responsabilidad de enseñar de modo sistémico y permanentemente.
Frente a este presente de exclusiones estructuradas, en donde más allá de los esfuerzos declamados estamos aún muy lejos de superar, los docentes sienten que poco pueden hacer en escasas horas frente al curso, que sus esfuerzos suelen ser fácilmente anulados por los contextos familiares, por los mensajes explícitos de los medios de comunicación, por la falta de compromiso con el docente de parte de directivos e inspectores, que suelen hacer gala de malas praxis producto de directivas o incapacidades. Quienes más se quejan de su mentado desamparo, son quienes menos sostienen a las organizaciones obreras para que intervengan, son los que menos participan en asambleas de docentes para proponer cambios pues ya han aceptados ser parte de los derrotados y cómplices de quienes hacen fracasar al sistema educativo que permitió que de hijos de analfabetos se pasara a nietos universitarios.
Las obligaciones de los Estados globalizados han quedados limitadas a sólo contener a los niños, en detrimento de su calidad de estudiantes. Los alumnos así entendidos, son clientes que reclaman métodos, diversiones, y un tiempo de esfuerzo limitado; toda una rémora del neocapitalismo que impuso que la educación del proletariado es sólo un consumo más. Se impusieron las etiquetas de descentralización educativa e intervenciones críticas sin acopios culturales previos por parte de los destinatarios de la educación, que abandonaba su proclamado rol de facilitar las promociones sociales, de ser un instrumento de igualdad social. Revertir una tendencia que parece conducirnos directamente a la autodestrucción, excede el marco laboral, pero no el de nuestra responsabilidad social. Si hasta ahora no nos han facilitado las herramientas, las políticas adecuadas para superar nuestra mediocre performance actual, no podemos esperar a que el Estado se decida a barajar y dar de nuevo.
Tendremos que poner en valor nuestra capacidad profesional para recuperar el gusto por enseñar, por construir a diario el futuro y a sus hacedores. Si investigamos cómo se lo plantearon ante situaciones tan complicadas como la nuestra, el Maestro Sarmiento o el Maestro F. Iglesias, para ponerlo en nuestro contexto regional, probablemente encontremos soluciones. Si hacemos memoria, seguro recuperaremos las formas, las rutinas que incidieron en nuestro destino, lo mejor que nos dejaron quienes fueron nuestros maestros.
No estaría mal que muchos docentes recuerden que se debe comenzar el día saludando con convicción, llamando la atención sobre que lo que va a suceder en ese espacio horario, va a ser importante. Poner en marcha la comunicación, el compromiso. No ignoramos que muchos tratan de pasar desapercibidos, tener el perfil más bajo posible para que los alumnos no les amarguen el día; muchos tratan de no hacer enojar a los alumnos porque les tienen miedo, porque no se han ganado el respeto de ellos.
No puedo dejar de coincidir con el profesor Jorge Fasce, cuando dice que a los alumnos hay que: "Observarlos, escucharlos, responderles, reaccionar frente a sus muestras de asentimiento o fastidio, frente a sus dudas, errores y aciertos", que estos son mensajes que indican que se los tiene en cuenta. Tan sencillo como respetar para ser respetados.
En una oportunidad, un desenfadado director me reconvino por trabajar mucho. Tenía razón, lo comprendí con el tiempo, con la experiencia. Los que deben actuar en la educación, los actores, son los alumnos. El docente debe ser el gran director de escena: el que orienta, muestra el cómo, el que informa, el que corrige; en fin, el que enseña.
Juan Carlos Ramirez
Para este cometido, los docentes son imprescindibles, son quienes enseñan a partir de la cultura letrada, quienes los hacen familiarizar con las obligaciones, quienes los cuidan, quienes hacen conocer y enseñan a hacer valer los derechos que les asisten, y que a veces los padres utilizan en contra de los docentes y no en favor de los niños. El docente es quien asume la responsabilidad de enseñar de modo sistémico y permanentemente.
Frente a este presente de exclusiones estructuradas, en donde más allá de los esfuerzos declamados estamos aún muy lejos de superar, los docentes sienten que poco pueden hacer en escasas horas frente al curso, que sus esfuerzos suelen ser fácilmente anulados por los contextos familiares, por los mensajes explícitos de los medios de comunicación, por la falta de compromiso con el docente de parte de directivos e inspectores, que suelen hacer gala de malas praxis producto de directivas o incapacidades. Quienes más se quejan de su mentado desamparo, son quienes menos sostienen a las organizaciones obreras para que intervengan, son los que menos participan en asambleas de docentes para proponer cambios pues ya han aceptados ser parte de los derrotados y cómplices de quienes hacen fracasar al sistema educativo que permitió que de hijos de analfabetos se pasara a nietos universitarios.
Las obligaciones de los Estados globalizados han quedados limitadas a sólo contener a los niños, en detrimento de su calidad de estudiantes. Los alumnos así entendidos, son clientes que reclaman métodos, diversiones, y un tiempo de esfuerzo limitado; toda una rémora del neocapitalismo que impuso que la educación del proletariado es sólo un consumo más. Se impusieron las etiquetas de descentralización educativa e intervenciones críticas sin acopios culturales previos por parte de los destinatarios de la educación, que abandonaba su proclamado rol de facilitar las promociones sociales, de ser un instrumento de igualdad social. Revertir una tendencia que parece conducirnos directamente a la autodestrucción, excede el marco laboral, pero no el de nuestra responsabilidad social. Si hasta ahora no nos han facilitado las herramientas, las políticas adecuadas para superar nuestra mediocre performance actual, no podemos esperar a que el Estado se decida a barajar y dar de nuevo.
Tendremos que poner en valor nuestra capacidad profesional para recuperar el gusto por enseñar, por construir a diario el futuro y a sus hacedores. Si investigamos cómo se lo plantearon ante situaciones tan complicadas como la nuestra, el Maestro Sarmiento o el Maestro F. Iglesias, para ponerlo en nuestro contexto regional, probablemente encontremos soluciones. Si hacemos memoria, seguro recuperaremos las formas, las rutinas que incidieron en nuestro destino, lo mejor que nos dejaron quienes fueron nuestros maestros.
No estaría mal que muchos docentes recuerden que se debe comenzar el día saludando con convicción, llamando la atención sobre que lo que va a suceder en ese espacio horario, va a ser importante. Poner en marcha la comunicación, el compromiso. No ignoramos que muchos tratan de pasar desapercibidos, tener el perfil más bajo posible para que los alumnos no les amarguen el día; muchos tratan de no hacer enojar a los alumnos porque les tienen miedo, porque no se han ganado el respeto de ellos.
No puedo dejar de coincidir con el profesor Jorge Fasce, cuando dice que a los alumnos hay que: "Observarlos, escucharlos, responderles, reaccionar frente a sus muestras de asentimiento o fastidio, frente a sus dudas, errores y aciertos", que estos son mensajes que indican que se los tiene en cuenta. Tan sencillo como respetar para ser respetados.
En una oportunidad, un desenfadado director me reconvino por trabajar mucho. Tenía razón, lo comprendí con el tiempo, con la experiencia. Los que deben actuar en la educación, los actores, son los alumnos. El docente debe ser el gran director de escena: el que orienta, muestra el cómo, el que informa, el que corrige; en fin, el que enseña.
Juan Carlos Ramirez
domingo, 7 de junio de 2009
Tango y filete, identidad de Buenos Aires
No es casual la relación entre tango y filete, comparten la misma necesidad, la de expresar la identidad porteña resultante de la interacción multicultural de nativos e inmigrantes. Además de sus orígenes humildes, comparten la marginación a la que los sometieron las élites culturales. El tango fue considerado vulgar hasta que triunfó en Europa y Estados Unidos; el filete padeció la indiferencia hasta comienzos de la década de 1970. Tango y filete configuran una hermandad artística que se nutre de la filosofía de los porteños, expresada literariamente en frases y leyendas pintadas en carros y camiones que en muchos casos, son extraídas de las letras de tangos; plásticamente, solían incluir el retrato pintado de Carlos Gardel, máximo exponente tanguero.
La escultora argentina Esther Barugel, y su marido Nicolás Rubio, pintor catalán estudioso de la arqueología, artesanías y pinturas populares americanas, comenzaron a investigar a fines de la década de 1960, sobre el arte de filetear camiones, colectivos y carros. En sus indagaciones comprueban la indiferencia de los artistas locales por el fileteado, ya que consideraban que debían inspirarse en lo foráneo, y ello fue el disparador para que el matrimonio comenzara en 1967 una investigación. Recogieron material fotográfico y testimonios en los ámbitos de los mercados, talleres, bares, etc., de lo concerniente al fileteado, arte netamente local pero totalmente ignorado, que publicaron en “Los maestros fileteadores de Buenos Aires”.
El matrimonio Rubio convenció en 1970, a un grupo de grandes fileteadores para que expusieran sus trabajos en la galería Wildenstein de Buenos Aires. En esta primera exposición de fileteados, el éxito de público y crítica les abrió las puertas del mundo del arte socialmente reconocido
El filete logró sobrevivir a los cambios, pasó de los vehículos de tracción a sangre a los camiones y colectivos; cuando cayó en desuso en los medios de transportes, se adapto a los nuevos medios y lugares: la arquitectura, decoración de bares, restaurantes, muebles, objetos de todo tipo, gráfica, cartelería, tapas de libros y discos, e incluso, guitarras.
Investigación de Luís Alberto Plaquín
La escultora argentina Esther Barugel, y su marido Nicolás Rubio, pintor catalán estudioso de la arqueología, artesanías y pinturas populares americanas, comenzaron a investigar a fines de la década de 1960, sobre el arte de filetear camiones, colectivos y carros. En sus indagaciones comprueban la indiferencia de los artistas locales por el fileteado, ya que consideraban que debían inspirarse en lo foráneo, y ello fue el disparador para que el matrimonio comenzara en 1967 una investigación. Recogieron material fotográfico y testimonios en los ámbitos de los mercados, talleres, bares, etc., de lo concerniente al fileteado, arte netamente local pero totalmente ignorado, que publicaron en “Los maestros fileteadores de Buenos Aires”.
El matrimonio Rubio convenció en 1970, a un grupo de grandes fileteadores para que expusieran sus trabajos en la galería Wildenstein de Buenos Aires. En esta primera exposición de fileteados, el éxito de público y crítica les abrió las puertas del mundo del arte socialmente reconocido
El filete logró sobrevivir a los cambios, pasó de los vehículos de tracción a sangre a los camiones y colectivos; cuando cayó en desuso en los medios de transportes, se adapto a los nuevos medios y lugares: la arquitectura, decoración de bares, restaurantes, muebles, objetos de todo tipo, gráfica, cartelería, tapas de libros y discos, e incluso, guitarras.
Investigación de Luís Alberto Plaquín