Cuando
apareció la televisión, el mundo se convulsionó y se agrietó. Desde un lado se
aplaudió el avance tecnológico y las nuevas formas de comunicación, y desde el
otro, se rechazó el aparato porque hacía que las personas se “embobaran” frente
a la pantalla y no razonaran per se.
Los años
pasaron pero la grieta ha variado sus formas pero no su fondo. Los medios se
solidificaron y pasaron a hegemonizar la vidriera de la realidad. Construyeron
poder hegemónico y sobre todo político. Los políticos ahora deben bailar,
cantar y ser showman en un mundo de continuo consumo de varieté. Una comparsa
de analistas que nada analizan y cual los sofistas, utilizan lenguaje para no
decir y decir al mismo tiempo. Todo el resto consume pasivamente tanto, el
nuevo perfume de moda como la caída de un gobierno, inerme, sin razonar ni
pensar, el sistema educativo contribuyó a ello.
De
repente una mañana aquella mujer, pateó el tablero. Aquella que por una cuestión
generacional no se educó en la nueva escuela, sino cuando la escuela
enciclopedista obligaba a pensar. Un gesto, una actitud, un hecho inesperado y
sorpresivo, hizo que las comparsas corporativas mostraran su desnudez de
desinformación. Aturdidos y sin rumbo se refugian en memes y trolls pero no
pueden hilar discursos, quedan al descubierto sus palabras huecas y sus
cascarones vacíos.
Ya ni
siquiera es “el diario de Yrigoyen”, solo es un diario que ha perdido su
identidad, es un desinformador que la realidad y la actualidad ha aplastado.
La nota pertenece a la Dra. C. Romano
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