Cuenta
Pablo De Santis, que de chico le sorprendía que su padre se detuviera delante
de las ferreterías, y se preguntaba ¿Qué podían tener de interesante taladros,
pinzas, martillos, caja de herramientas? Sin embargo años después descubre, como
muchos, que él mismo se quedaba extasiado delante de las máquinas que no sabía
para qué servían, o herramientas que jamás iba a usar. Observa que a todo el
mundo le pasa más o menos lo mismo, nos sentimos atraídos por objetos alejados
de nuestras experiencias y habilidades.
En la nota, nos trae que estaba mirando la vidriera de una librería cuando
un hombre se detuvo admirado por los títulos o las portadas de colores, pero su
esposa lo arrastró del brazo al grito de “¡Esos no, esos son libros para leer!”.
Sintió en el hombre el mismo asombro ante los libros que el que sentimos todos ante
la más complicada herramienta.
Que nos
atraigan las cosas que nos interesan es algo lógico; que nos atraiga lo que no
nos interesa es un enigma. En un mundo dominado por lo virtual, por las
representaciones, es decir, de ausencias, los objetos no electrónicos recuerdan
la experiencia de hacer algo con las manos: reparar muebles, escalar una
montaña o pintar un cuadro. Toda la actividad humana es fascinante, y cualquier
instrumento que permita modificar la realidad es heredero de la primera
herramienta del hombre, haya sido una cuchara o un hueso para partir cabezas
(como propone la película 2001 – Odisea del espacio). Nos gustan estos
instrumentos ajenos porque nos hablan de la capacidad de transformar las cosas,
sostiene De Santis.
La
educación es también una herramienta y como tal, modifica realidades, y como instrumento
no me es ajeno. Es lo que conozco y sin embargo, siempre me fascina, como
cuando escuchaba y veía en acción a mis profesores explicándome química,
procesos sociales, hablando en otros idiomas, descubriéndome los mundos de la
literatura o los juegos matemáticos. Sustituían mis ausencias, mis
representaciones, mis saberes previos basados generalmente en pensamientos
mágicos. Modificaban mi futuro y potenciaban mi capacidad de elección.
Sostiene
el escritor que al ver objetos alejados de nuestra experiencia y habilidades,
nos hacemos conscientes de las vidas posibles que hemos dejado atrás. Nos
recuerdan que por cada elección que tomamos, muchas otras quedaron abandonadas.
Detrás de los objetos acechan las capacidades que no desarrollamos, las
experiencias que no tuvimos. La capacidad de elección nos recuerda la libertad
sartreana pero qué hay de las ataduras del desconocimiento, la que narraba el
Sócrates de Platón. La herramienta educativa es la vía para lograr
mayores/mejores libertades. Es la más adecuada para abrir caminos a vidas
posibles o, empujar peligrosamente hacia los destinos cerrados.
Nuestro
trabajo como docentes logra que la vida se aparte de las ficciones alejando al
estudiante de las posibilidades de un final único, lo que le quitaría sentido a
nuestras historias. Los educadores somos los pretendidos idóneos, titulados o
no –siempre el oficio pesa-, somos los que estamos posibilitando ampliar las
posibilidades de tomar decisiones, aún, las equivocadas.
Por
Juan Carlos Ramirez
Bien Profe, a muchos docentes nos obsesiona mostrarles a los jóvenes estudiantes "otros mundos posibles"... creo que era Bruner que hablaba de ello... Uno siempre quiere que encuentren muchos para poder elegir los que más valoren. Igual confieso que me quedé "tildado" en el disparador, como los chicos! y que (aún habiendo utilizado ya muchas, por el tiempo vital transcurrido y las necesidades) Jamás me sentí atraído a contemplar herramienta técnica alguna...
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