domingo, 16 de septiembre de 2012

La maldición argentina de ser hoy un representante de la clase media


Cuando Raúl Alfonsín ganó las elecciones presidenciales, en 1983, se esperó ansiosamente que los peronistas hablaran por televisión reconociendo la victoria. Hacia media noche, el ensayista Jorge Abelardo Ramos apareció en las pantallas desconfiando todavía de los escrutinios parciales: "He visto a gente festejando por la calle Santa Fe, vestidos con Pierre Cardin". Ramos era un provocador, pero la frase con la que quería desacreditar un posible triunfo de la UCR tiene una historia que se prolonga hasta el presente.
Invalidar una manifestación por la composición social de sus integrantes fue un tipo de discriminación que se difundió precisamente para atacar al peronismo. Vittorio Codovilla, dirigente del Partido Comunista, calificó a las masas movilizadas por Perón el 17 de octubre como una multitud de marginales y lúmpenes. La oposición a ese primer peronismo reduplicó esa apuesta discriminatoria: negros, cabecitas, fueron los sustantivos que usaron los "cultos" para designar a los obreros. Décadas después, el lenguaje de la discriminación vuelve a utilizarse. Se ha usado el lenguaje del odio contra los planes sociales y la asignación universal ("planes descansar" y "asignación para coger", entre otras frases), que no salió de la cabeza de Cristina, sino de una iniciativa presentada, hace años, por Elisa Carrió. Este despiste ideológico, la antipatía contra la política y el encierro dentro de los propios deseos indican el terreno fracturado en el que se mueve la protesta. Por televisión se subrayó la ausencia de toda interpelación política. Se olvidó, sin embargo, que es la política la que puede dar una continuidad a las reivindicaciones.
Todo sucede como si no tuviéramos la posibilidad de aprender de 2001: si se rechaza la política, lo que se consigue, finalmente, es o el activismo permanente o la volatilización de las energías. Las manifestaciones "espontáneas" tienen todos los problemas de la ausencia de la política que, al mismo tiempo, rechazan. Un verdadero dilema que queda de manifiesto cuando se mira el paisaje español, donde son los partidos, rechazados en gigantescas marchas, los que siguen definiendo el futuro inmediato, imponen un ajuste implacable y no escuchan el mensaje de los indignados.
¿Por qué se sostiene el kirchnerismo? En primer lugar porque ocupa por completo, casi sin fisuras, el aparato administrativo y económico del Estado. En segundo lugar, porque se apoya en una vasta organización territorial, que representa a ese Estado en los últimos rincones de la sociedad, donde viven los que más sufren y los que más necesitan.
Los manifestantes, que provenían de ese vasto sector con muchas diferencias que son las capas medias (que comienzan, recordémoslo, con salarios de 5000 o 6000 pesos), no protestaban solamente porque no podían comprar dólares. Llevaban otras consignas y convertirlas a todas ellas en un pretexto que cubría las ganas de tener divisas a precio oficial implica despreciarlas por completo. Es la versión simétrica a la de quienes afirman que los asistentes a manifestaciones kirchneristas van "por el plan y por el choripán".
Si esa frase es repudiable en el caso de los sectores populares, es igualmente repudiable cuando los que salen a la calle son los ciudadanos que no viven en Soldati. La clase media no debe convertirse en una clase maldita. Conoce sus intereses tanto como los conocen los sectores populares. De ellos los separa un vacío: la ausencia de una política progresista que los exprese generosamente.
Una vez más, éste es el drama. Detestar al kirchnerismo no produce política. Y hoy, en cualquier lugar del mundo, afirmar la primacía absoluta de los derechos individuales (yo hago lo que quiero con lo mío) es una versión patética y arcaica de lo que se cree liberalismo.
Es injusto hacer responsables a los manifestantes de lo que les falta y les sobra a sus consignas. Su movilización indica que hay allí fuerzas dispuestas a jugar en el espacio público. La responsabilidad cae del lado de intelectuales y políticos que no articulamos una interpelación progresista, democrática y autónoma. No supimos escribir las cosas mejor que en Facebook.


Por: Beatríz Sarlo. La Nación (16/09/2012)

Nota del editor: el artículo es una síntesis del publicado

domingo, 2 de septiembre de 2012

Postales de la decadencia.

"Por estos días se sustancia el juicio por el caso de las coimas en el Senado a mediados del 2000. En el banquillo están el ex presidente Fernando De la Rúa, su ex ministro de Trabajo y su ex jefe de la SIDE. También, tres ex senadores peronistas. Y el “arrepentido” Mario Pontaquarto, que intervino en el chanchullo y confesó la manera en que se repartieron cerca de 5 millones de dólares en calidad de soborno a diversos honorables miembros de la Cámara. Si todo sucede del modo en que suelen ocurrir las cosas en la sociedad argentina, lo más probable es que el único condenado sea el que develó la trama perversa. Porque se trata de la misma sociedad que ha premiado con un cargo de senador a Carlos Menem. Que el personaje haya encabezado una de las tantas malas y corruptas administraciones que padeció la Argentina no resulta un obstáculo para que cobre su sueldo a expensas de los impuestos de la ciudadanía.
Es la misma sociedad que observa, impasible, cómo el jefe de la organización guerrillera más poderosa de los años de plomo, Mario Firmenich, lleva una serena vida como profesor de Economía en una universidad catalana. Entre sus logros no teóricos figuran el asalto al Regimiento de Infantería en Formosa -durante un gobierno constitucional-, que dejó un oficial, un suboficial y diez conscriptos muertos. Y la bomba -en la dictadura militar- en la Superintendencia de Seguridad Federal, masacre en la que perdieron la vida 23 personas , entre ellos tres oficiales de policía.
En esta sociedad, a un individuo que gana un opulento sueldo de algo menos de 6.000 pesos se le aplica un impuesto a las ganancias, pero a una empresa que tiene a sus empleados en negro no le pasa nada. Medio extraña, convengamos, es esta sociedad a la cual su gobierno le miente mes a mes, y desde hace años, sobre el índice del costo de vida -lo cual es público, notorio y obvio- sin inconvenientes. Y hasta le toma el pelo: la última humorada del INDEC es que cualquiera puede alimentarse perfectamente bien con seis pesos al día. Bastante paradojal resulta esta sociedad que no extraña ni reclama la ausencia de justicia en el crimen de Candela y, a través de un sofisticado sistema de protecciones, les da piedra libre a los barrabravas para delinquir.
Se trata de una sociedad en la que un juez federal puede frecuentar un prostíbulo y hacer grotesca ostentación de la riqueza y en la que un juez de la Corte Suprema puede alquilar propiedades a inquilinos que las destinan a la prostitución. Una sociedad en la que el gobierno alega no tener dinero para pagar los juicios que le ganan los jubilados, pero que sí encuentra fondos para costear Fútbol para Todos . En esta sociedad la mitad de los estudiantes secundarios no termina sus estudios “obligatorios” y los condenados pueden salir de la cárcel siempre y cuando sea para militar en actos del partido gobernante .
Una singular sociedad es ésta, que está guiada por una mandataria que homenajea a uno de los creadores de una de las guerrillas que ensangrentó la década de los 70 y tiene como canciller al editor de un diario creado para apoyar la sangrienta dictadura militar de 1976. Es una sociedad en la cual el vicepresidente de la Nación puede presidir una sesión del Honorable Senado de la Nación para expropiar una empresa, decisión tomada con el solo fin de borrar sus propias huellas en una trama hedionda en la que está hasta las manos. En suma, una sociedad con corrupción garantizada e impunidad prescripta.
La sociedad del qué me importa".

Por: Moreno, Marcelo A.; Clarín; Buenos Aires; 26/08/2012. Pág.45.

Nota del editor:  Es una pieza que enseña cómo explicar la desazón de los que aspiramos a una sociedad más responsable, como condición previa constituyente de condiciones básicas para acercarnos a una utópica sociedad justa. Lástima que al Sr. Moreno no se le ocurrió una nota tan importante durante el crudo período neoliberal que ahora, a la distancia se atreve a cuestionar, mientras que antaño fustigaba a los que se oponían a las reformas que ahora tilda de corruptas.
Juan Carlos Ramirez