domingo, 26 de diciembre de 2010

Marx baja por la chimenea

Dice Umberto Eco que al describir al universo en términos rigurosos y científicos los filósofos positivistas del siglo XIX aniquilaron el tintineante espíritu navideño. A cambio de Dios ¿qué nos dejaron?, una idea punk de la muerte.
Felices Navidades para todo el mundo/Papá llegó borracho/como de costumbre… (“Dulce Navidad”, Attaque 77).
Cuando a los nueve años yo caía hipnotizada por la seguridad que me prometía el protestantismo, mi mamá encendía un cigarrillo y las volutas de humo escribían en el aire: “La religión es el opio de los pueblos”. Al cumplir quince me calcé una pollera larga hasta el piso teñida al batik con la técnica casera de los nudos y en un concierto de David Lebón en el Auditorio Kraft ofrendé mi devoción al Gurú Maharaj-ji.
Mi libro fetiche, Mujercitas , cuyos primeros párrafos aprendí de memoria con reverencia protopolítica (y era un asunto político, ya que de algún modo preconsciente constituía un grito de guerra al marxismo familiar), comienza en Navidad. “Esta Navidad no será Navidad sin regalos, murmuró Jo, tendida sobre la alfombra. ¡Es tan triste ser pobre! suspiró Meg, echando una mirada a su vestido viejo”. Toda una anticipación del capitalismo salvaje.
Desde que las comunidades utópicas de mis padres fallaron (y es una verdadera pena), no nos quedó absolutamente nada. “La Navidad es más Navidad en el Shopping”, leí en un cartel de la autopista 25 de Mayo que cruza el nuevo asentamiento urbano en Retiro. Oh, sí. Nos quedó el shopping center.
El dinero es un instrumento, gritan Umberto Eco y Woody Allen, ¡no es un valor! Sin Dios, ¿cómo aceptar que vamos a morir? De eso se trata la Navidad. El dinero puede hacer muchas cosas, pero no te reconcilia con la idea de tu propia muerte. Por ahora la religión es lo único que nos provee esperanza, ¡pero no creemos! Y esto es lo que me hace aferrarme a Mujercitas y a los villancicos. Seamos prácticos: ¿qué clase de liberación es renunciar a un absurdo que es lógico y coherente para abrazar otro que es ilógico e incoherente? ( Retrato del artista adolescente , James Joyce) La obstinación de la infancia en creer en ese Carlos Marx inmortal vestido con traje de River Plate que baja por la chimenea es sólo una “pantalla” (como Pierre Raptis). Un artificio, como los fuegos. La verdadera creencia reside en el otro viejo de barba blanca que se encuentra más allá del Polo Norte. En el Más Allá. Festejamos la Navidad sólo para experimentar un instante de eternidad, aunque sea bajo los efectos narcotizantes del alcohol en una Nochebuena en la que no creemos.
Fue en Buenos Aires, años después de la visita del trotskista francés a Montevideo, en el piso dieciséis de un departamento de la avenida Paseo Colón con vista a un río tan amargo que a nadie se le hubiera ocurrido decirle mar, donde una de mis madrastras me mostró cómo pasan la Navidad las familias normales. Yo ya no creía en Papá Noel y no hubo fuegos artificiales ni papeles plateados ni arrebatos místicos. Pero la comida estuvo fabulosamente buena.

Por Laura Ramos (Clarin; 26/12/2010)
Nota del editor: por cuestiones estrictamente de espacio, no se han incluido los primeros 3 párrafos.

lunes, 13 de diciembre de 2010

El cuento de la infancia

Aquella torta de mis diez tenía un Topo Gigio gigante en el medio con velitas de color rosa que lo rodeaban en un círculo no demasiado perfecto. Era toda de chocolate y a los costados, tenía confites de dos colores. Después, de grande, volví a verlo, cuando, lo encontré tirado en la piecita del fondo de la casa de mis viejos y descubrí que no era más alto que mi mano. Pero para mi ese dia era casi un Topo Gigio de verdad. Era de ese plástico de antes, con colores estándar y olor a añejo pero ante mis ojos era la maravilla más enorme. Los viejos de aquellos niños que éramos entonces conocían el trabajo como lugar cotidiano. Ese paraíso que cansa, que llena de grasa, que aseguran un salario exatamente cada treinta dias o cada quincena y que permite caminar erguidos por la vida.
La fiestita de cumpleaños representaba el placer de sentir que el mundo entero giraba en torno de uno. Romper desesperadamente el papel de los regalos, ese papel que a lo sumo, con gran modernidad podia tener cuadraditos o círculos pequeños, y descubrir un juguete o, para mi desilusión, una poco deseable colonia Polyana o la eterna ropa interior de algún pariente que olvidó su propia niñez.
El último boletín del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia, de la UCA arrojó que en el 2009 dos de cada diez niños de entre uno y cuatro años no festejó su cumpleaños. Un dato menor. Pero en el imaginario de los niños tiene el peso de las grandes cosas. De esos diez niños, durante todo 2009 hubo seis pequeños -en los territorios de la pobreza- a quienes tampoco se les leyeron cuentos ni narraron historias. Quizás sea tiempo de preguntarse cómo se construye la infancia.
Hubo seis chicos de los arrabales que jamás escucharon historias de niños. Y nadie les dijo que la vida se construye con los sueños y las palabras dulces y tiernas. De saber todo aquello que no hay que saber. Seis de cada diez crecen más allá de las fronteras de una vida con derechos de saber que existe un cuento en el que un árbol gigante les hace cosquillas en la panza a los cachorros y que se ríen hasta que duele. Un cuento en el que nadie olvida que ese día un niño cumple años. En el que todos le cantan y soplan las velitas con él y lo aplauden. Un cuento donde por un ratito nadie lo olvida. Un cuento donde es el protagonista. Un cuento que no fue escrito y que todavía, en alguna esquina cualquiera, nos está esperando.

Por Claudia Rafael. En: Periódico La 205 (8/12/2010)