viernes, 8 de octubre de 2010

Volver a Florencio Sanchez

Pensándolo bien: ¿Qué tiene que hacer un chico de 16 años, a las cinco de la madrugada, en las inmediaciones de la Ruta Panamericana , después de bailar en Pachá? ¿Qué tienen que hacer todos nuestros hijos adolescentes, de 12 a 19 años, en boliches donde se fuma, se bebe alcohol, se estropea el oído, se gritan insensateces y en cualquier momento se muere en la humareda de un incendio, o a manos de los desalmados que abundan a esas horas?
No son horas.
La clase media argentina, tradicional reserva de talentos que ha producido a Domingo F. Sarmiento, a Juan B. Alberdi, a Juan B. Justo, a René Favaloro, a Luis Sandrini, a Ricardo Lorenzetti, a Gerardo Sofovich, debe buscar en sus entrañas y lanzarse a una profunda mutación.
De vuelta al estudio, el trabajo, el ahorro. Como ha sido siempre, antes.
Los adolescentes no tienen ninguna necesidad de bailar. No es uno de los derechos humanos. La prueba está en que, si se le impide dormir a una persona, enloquece y muere. En cambio, se lo deja sin bailar y sigue contento y feliz. No pasa nada.
Si los teenagers quieren reunirse, pueden hacerlo en las casas de familia, como ha sido siempre. Con la música bajita, porque los vecinos descansan. Sin fumar ni beber. Hasta las doce de la noche. Y después, a dormir. ¿Cuál es el problema? Dormir es sano y necesario, porque mañana hay que levantarse a las 8 para jugar al rugby, o al hockey, o al fútbol, o repasar una materia. Como ha sido siempre y como sigue siendo en países serios como Canadá, Japón o Inglaterra.
¿Que la industria de la noche es un negocio lícito y produce ganancias importantes? Perfecto, que los señores de la noche hagan su negocio, como hasta ahora. Pero sólo para adultos. Que llegan en su auto y, si quieren, con su chofer. Por mí pueden emborracharse hasta quedar catatónicos: pero entre cuatro paredes y siendo mayores de 21 años. En la calle y manejando: no.
Nuestros hijos no deberían alquilar una Combi (en realidad, la pagamos nosotros) para llegar al boliche a las 2 de la mañana con la sagrada misión de "cagarse de risa" hasta las 5 y media. Es una locura. Es tentar a la desgracia. No lo permitamos.
La verdad que no confesamos es que nuestros hijos de 15 años salen de noche y beben aunque esté prohibido, porque existen "salones de fiestas" que son discotecas encubiertas, y en nuestro medio es fácil burlar la ley. Sobre todo si los padres no sabemos decir que no, cuando nuestros encantadores mocosos nos rezongan que "todos tienen permiso", "todos van", "todos lo hacen", "soy el único tarado", "soy la única pavota". Entonces, todos los viernes y sábados hay un cumpleaños, una despedida, un fin de curso, un recital, una fiesta del colegio tal o del liceo cual. En resumen, los adolescentes borrachos y circulando por las rutas hasta el amanecer.
Los "viajes de egresados" son un invento maldito. Primero: los chicos no han egresado de ninguna parte. Apenas acaban de terminar malamente un año, y deben rendir materias. No están egresando. No tienen por qué viajar. Y menos a Bariloche u otros sitios, lejos del control de sus padres, con el exclusivo propósito de producir aturdimiento, ebriedades, desórdenes sexuales y destrozos en los hoteles. ¿Cuál es la idea y quién la instaló?
La verdadera fiesta de egresados es, originariamente, un hecho institucional: se trata de un acto en el cual los alumnos que terminan su secundario presentan a sus familias, reciben sus diplomas, se despiden del colegio y, a veces, bailan. Todo supervisado por el rector y los profesores. Punto.
La nocturnidad adolescente es una creación siniestra que lleva la marca argentina en el orillo, porque ninguna sociedad del mundo la permite. Ni los católicos, ni los socialistas, ni los neoliberales, ni los protestantes... ¡No hablemos de los islámicos!
Mediante la nocturnidad, hemos establecido que los jóvenes se van de sus casas, después de descansar un rato, a las dos de la mañana. Llegan como pueden a las proximidades de una discoteca. Por lo general, están borrachos al arribar a la puerta, debido a la simpática "previa". En esas largas filas de espera, hay chicas que venden "petes" o "besos por un peso", para pagar la entrada, otras que exhiben el documento de la hermana mayor para que las dejen pasar, y no faltan los muchachitos que vomitan en la vereda o caen desvanecidos. Frecuentemente, se pegan e insultan. A la salida, en la desbandada del amanecer, ocurren las desgracias.
De la juventud del "amor y paz", sonrisas alucinadas, pies descalzos, un porrito, el sonido de voces y guitarras, el sexo libre (pero sano y sin violencia) hemos pasado en pocos años a esta cabalgata de barras bravas, haciendo "pogo". Sin embargo, son las mismas edades adolescentes, con las mismas caras puras y cuerpos vírgenes. ¿Cómo fue? ¿Cómo hicimos la metamorfosis de "una chica moderna" a "un gato"?
Naturalmente, a la madrugada, los padres yacen desmayados en sus camas. Hoy día se trabaja mucho. No se les puede pedir a papá y mamá que arranquen el auto o pidan un remise a las 6 de la mañana para salir a campear a los hijos e hijas por los inmensos bailables del conurbano. Físicamente, no pueden. Se ha creado así un mundo aparte, un universo de adolescentes completamente separados de sus familias. El mundo del alba es uno, el de la noche es otro. Los chicos viven de noche y duermen de día. Duermen en el colegio, en la playa, en la iglesia y en sus casas. Duermen, duermen, duermen. Cuando despiertan, se sientan frente a la computadora, frotándose los pelos, a leer disparates, o se aferran al celular para enviar mensajes de texto donde todo se escribe sin hache y sin acento.
Cuando nosotros no estemos: ¿De qué van a vivir estos adolescentes, que a los treinta años todavía están meditando sobre "cual es mi verdadera vocación"? ¿Cómo se ganarán el pan, vendiendo drogas?
Hemos hecho un estropicio. Nosotros, los padres de clase media.
Dicen que toda persona tiene derecho a poseer un sueño. Yo, por de pronto, tengo el mío. Una juventud sana, que salga del ruido, la noche, la droga, la ignorancia y lo "divertido". Que se entregue al día, al silencio, al estudio, al deporte, a la cultura, a la familia.
Alguno me dirá que este es el mismo ideal de "Mi hijo el doctor", que escribió Florencio Sánchez en 1930. Sí, es lo mismo. ¿Alguien tiene una idea mejor?

Por: Lani Hanglin

sábado, 2 de octubre de 2010

Evita de Ezeiza

De las muchas Evita que la memoria ha construido, no podemos soslayar a la Dama de la Esperanza. No fue ésta la única primera cara que tuvo el mito Eva Perón en la historia argentina, pues paralelamente se afirmaba el mito de la Mujer Soberbia. Mientras unos agradecían sus donaciones, otros la denostaban por ello y remarcaban un resentimiento clasista y malas artes políticas. Así se la intento crear desde la Dama del Látigo, obra en la que se inspiró el musical Evita. De todas maneras, el amor por Evita duró más que el odio y ya fallecida, para muchos se transformó en Santa Evita.
En los años ‘70 fue la Evita Revolucionaria, la que había dicho ''hay que armar a la gente'', aunque lo expresara en un contexto muy distinto. De esa Evita, el historiador Martorell recordaba un dato nunca confirmado: que llegó a comprar 5.000 pistolas y 1.500 ametralladoras al príncipe Bernardo de Holanda para crear milicias de la CGT. Era una cara del mito posible en los años de agitación e ideales, pero terminó enterrada en la tragedia de los 70.
Esta la Evita de Ezeiza, la que trabajo para que los fieles cristianos del Barrio Nº 1 Justicialista tuvieran la parroquia Nuestra Señora de Loreto; la que eligió, adquirió y donó las piedras preciosas que se hallan incrustadas en el Santo Tabernáculo de esa parroquia. Hay quienes recordaban verla pasear en coche con la cabellera al viento, o paseando a caballo, o tomada de la mano con el General Perón en tierras que luego serían nuestros queridos bosques, e incluso esta aquel que cree recordar que paso una Navidad junto a los obreros que construían nuestro magnífico aeropuerto. Como dejar de lado a la Evita de los niños, la que contribuyó a la felicidad de Luís, Ramón Villalba y Nilda y Miguel del Arco, enviándoles una pelota de cuero con tiento, camiseta, pantalones y medias de fútbol (“Las vacas vuelan”, de Patricia C. Faure).
Sin embargo, la Evita que hoy aquí queremos rescatar, es la ciudadana María Eva Duarte, la que peleó por ampliar la Democracia, la que impulsó la Ley del Voto Femenino. Justa ley que concretó uno de los derechos fundamentales de la mujer y que es esencial para la democracia, aprobada el 28 de septiembre de 1947.

Juan Carlos Ramirez